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DE REOJO

Un año


No ha sido precisamente  un gran día. Ayer tuve la sensación de que el tiempo se me escapa a una velocidad que no soy capaz de modelar. Y todo porque al despertarme me dijo una voz que era el día dieciocho de enero. Y yo siento todavía el olor a turrones, recuerdo con las caras de los pequeños, los consejos de los mayores, los chistes de los cuñados de las pasadas fiestas navideñas. Todavía no me ha llegado la puñalada de la tarjeta de crédito. Y de repente salgo a la calle y veo ya anuncios de carnaval. Para completar la desazón, un titular me trae otra consecuencia: ha pasado un año, solo un año, que tenemos a Donald Trump con el botón nuclear más grande del globo. O eso se cree él, ya que no sabe cómo es el de China.

Claro, el tiempo es una convención, un asunto relativo, pero un año con ese cafre naranja disparando barbaridades por su boca y su tuit, pesa como una década. Pensar que le puede quedar por delante otros tres años me angustia. No hay salvación ni con dosis elevadas de los Simpson diarias. Por cierto, ¿quién inspira a quién? Produce salpullido meterse en la cabeza que es normal que haya ahí arriba, en ese lugar donde el Poder se convierte en barras y estrellas un tipo de estas características.

Es como un cuento ácrata, pero que vivimos a golpe de noticiario y mensaje de whatsapp con coda final.

En medio de estas sensaciones amargas, visualizo un rato, “La peste”, esa serie tan promocionada y siento una frustración que viene del ambiente. Todo es ambiente, en cuanto hablan, por muy en supuesto sevillano que quieran reivindicar, se nota que el reparto es menor. No da la talla. Muchos espacios, muchos filtros de luz, vestuario de aquella manera, famosillos, pero de chicha, muy poca. La seguiré viendo otro día menos aciago por si cambio de opinión. Un año.