Raimundo Fitero
DE REOJO

Cartesianismo

Sabemos poco sobre nuestras tendencias filosóficas no genéticas. Costumbre, hábito, educación, cultura, emulación, simulacro, acercamiento subjetivo, pero es cierto que uno se hace de un club de fútbol, de una cantante o de una idea difusa sobre una doctrina que logra configurar un ideario de una patria, una nación o un imperio, a base de detalles, resonancias mentales y admiraciones que pueden ser administrativas, políticas, sexuales o gastronómicas. Así que si yo pienso en una sociedad cartesiana, pienso en una parte relevante de las personas que conozco de Francia. No voy a repartir dudas ni incredulidad, pero formó parte de la consolidación de una idea del mundo que me ha servido para superar mañanas de resaca, por lo que cuando la historia se me resquebraja, me siento timado por mi propia aceleración ideológica. He visto imágenes del Sena desbordado a su paso por París. Los bomberos preparados para intervenir. La ciudadanía expectante, perpleja, acobardada. Y como la memoria desentierra aquello que le da la gana, repitiendo una de esas tomas, me alerta que allí es donde me aseguraron que debajo de los adoquines estaba la playa. Y debe seguir estando esa playa y todas las playas que deberemos reconquistar bajo los asfaltos y las leyes neoliberales.

Por si fuera poco, de allí donde Descartes fundó un concepto, nos llegan otras imágenes más delirantemente posmodernas: colas, agresiones en los supermercados franceses por hacerse con botes de Nutella con descuentos de hasta el setenta por ciento.  Sin duda nos indican la llegada inminente del fin del mundo. Todo el cartesianismo untado en Nutella, en una rebaja. Que Brigitte Bardot nos perdone. Mientras tanto, Macron en Davos, pavoneándose como una estrella del pop-capitalismo. Padre Ubú, no salimos del bucle: “merdre”.