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Fugitivos


De qué huimos los humanos del Antropoceno? ¿Dónde se refugian en esa espantada provocada por el mundo gaseoso y mentiroso que nos ha tocado vivir? ¿Quién se beneficia del ruido que distrae de los grandes problemas?

La huida, muchas veces disfrazada de ansias de conocer (turismo masificado) o expansión territorial (un enemigo externo unifica mucho) es consustancial al ser del individuo y la sociedad humanas. Uno de los principales motores de esta actitud fugitiva es el propio miedo inserto entre los recursos de supervivencia de la humanidad. El otro es la curiosidad o búsqueda de novedades que impulsa una mente autoconsciente e insatisfecha, en primer lugar, con ella misma.

Todos estos condicionantes, y otros de origen histórico, han conformado en las sociedades industrializadas nuevos fenómenos de huida. El homo ociosus del triunfo del capitalismo y las TIC podría instalarse en el inmovilismo absoluto y, en buena medida, lo hace. Pero los problemas estructurales de un planeta sobreexplotado e inmerso en una crisis civilizatoria que pondría en riesgo la panoplia de comodidades y la vidorra que se procuran los países más afortunados y sus ciudadanos que deciden sus destinos democráticamente no se lo permite.

El terrorismo con componente religioso y las migraciones masivas de componente climático-económico-postcolonial, o por causa de guerras como la siria que se alimenta de factores geopolítico-energéticos en un área en permanente disputa entre potencias, está contribuyendo a fracturar y amedrentar a Europa. A los habituales seriales televisivos que pormenorizan crímenes comunes, e inoculan así una dosis de mantenimiento del miedo que necesitan los estados policiales para justificar el incremento de las plantillas de las fuerzas de seguridad públicas y privadas, se unen los espectaculares atentados que levantan muros de incomprensión y odio hacia la comunidad islámica y, a su vez, alimentan el electorado de partidos xenófobos (o directamente neonazis) que, en todo caso, condiciona un decantamiento hacia posiciones conservadoras de amplios sectores de las sociedades desarrolladas (alguien que crea que Hillary Clinton propició la creación del ISIS, vería una estrategia premeditada en esta concatenación). Este refugiarse en los brazos de líderes que prometen usar la fuerza para proteger el bienestar, permite a estos dirigentes implementar medidas antisociales regresivas que benefician el poder creciente de las corporaciones multinacionales, las cuales a su vez, siguen esquilmando y perjudicando el equilibrio del planeta. Un circulo vicioso.

Consecuencia de esta agenda neoliberal se relega afrontar otros problemas acuciantes que amenazan la supervivencia humana y se convierten en un rumrum mortificante y molesto para las sociedades que no ven en ese peligro «a largo plazo», un fin inmediato de sus comodidades (quizá confían en su mayor arsenal nuclear). Esta noosfera plutocrática sabe, en el siglo XXI más que en ningún otro de la corta historia humana, que sus privilegios descansan sobre las espaldas rotas de los mineros africanos que extraen el coltán para renovar el móvil, o sobre las pésimas condiciones laborales de los obreros de los países en desarrollo que permiten renovar el vestuario dos veces al año, quienes, paradójicamente, amenazarían sus puestos de trabajo.

Sin embargo, esta conciencia planetaria del origen de los problemas propicia dos fugas en la mente de los afortunados: una primera fuga ética y moral que hace la vista gorda sobre la explotación de sus semejantes empobrecidos (dentro y fuera de sus fronteras nacionales) y que los convierte en unos cínicos con doble moral y mala conciencia, nada que no pueda solucionar una opípara borrachera o unas vacaciones exóticas donde pasear su poderío. Otra fuga, no menos reprobable, es la que permite escamotear de la vista (cual bebé jugando a taparse los ojos), las evidencias de que las amenazas a las condiciones vitales en nuestra única casa están basadas en cada viaje del automóvil de combustión fósil, en cada bolsa de basura mezclada que se manda a incinerar, en cada vuelo a Nueva York.

Estas y otras miopías que nos condenan a la ceguera están basadas en una justificación maquiavélica, en un optimismo y confianza desmedidas, en las soluciones tecnológicas del progreso incuestionable que nos emociona y aprisiona al mismo tiempo. Y en otra confianza paradójica: en un eterno poder regenerativo de la naturaleza. Pero estamos llevando a esta a un punto de no retorno que no nos atemoriza lo suficiente, sino que nos lleva a una tercera fuga: convertir los estragos y catástrofes asociadas al cambio climático en un espectáculo; nuestra mente fugitiva convirtiendo los cada vez más frecuentes temporales marinos en videos de olas que se levantan como murallas.

Murallas que convierten el Norte rico en una fortaleza para aislarnos de los desesperados del Sur. Paseos marítimos que desafían el aumento del nivel del mar, como el empeño de la pasarela costera de Monpás o la incineradora en Donostia; un AVE que cuesta mucho más que un par de millardos para ahorrar un par de horas… Y así otros cientos de miles de proyectos en todo el mundo que desafían la razón planetaria (teniendo en cuenta que a la Tierra le da igual que desaparezca la especie humana).

Fugitivos de nosotros mismos, de nuestros mayores problemas que solo requerirían pequeñas soluciones personales adoptadas por miles de millones de personas, nos entregamos al ruido, entertainment-mediático, para no enfrentarlos. ¿Hasta cuando?