La maniobra final para descabalgar a Laura Pérez de Podemos-Ahal Dugu ha sido zafia y algo cruel. Pérez, en su día, supo insuflar la ilusión suficiente en miles de personas como para que la política en Nafarroa diera un viraje histórico. Despertó no solo ilusión en quienes le votaron a ella, sino también entre los remolones que acostumbraban a quedarse en casa el día de las elecciones y que, ese domingo de hace tres años, se acercaron a la urna a depositar cualesquiera de las cuatro papeletas del cambio.

Laura Pérez tiene ese mérito en su haber, y eso no lo borra nadie. Y la forma en la que se le ha despojado de la militancia con un argumentario tan escuálido supone un ejercicio de ensañamiento innecesario con una figura que representa lo que representa Pérez. Además, parece corroborar la tesis de que hemos asistido a un teatrillo orquestado hace bastante tiempo. Y tan burdo, por cierto, que ha acabado por írseles de las manos y no se sabe hoy hasta qué punto. El grupo parlamentario de Podemos está roto y el nivel de inquina personal entre los lauristas y los oficialistas abona el terreno para nuevas y feas polémicas para regocijo de los partidos que buscan la involución hacia el régimen.

En política, las formas cuentan y los símbolos, también. Quizá Podemos necesitaba cambiar. No lo sé. Pero en lugar de poner un puente de plata se prefiere el puntapié. Y todo por riñas más propias del patio de un colegio que de un partido que, por encima de todo, sigue siendo necesario. Si Santos quiere generar confianza entre su electorado, estos no son los mejores modos.