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Oroitzapenak (Recuerdos)


En Barcelona pude conocer a todo un plantel de personalidades ilustres (algunos ya desaparecidos, como Merce Rodoreda, Maria Aurèlia Capmany, Pere Quart, Salvador Espriu…) y otros como Juan Ramon Capella, Jesús Salvador, Manuel Garriga, Josep Maria Martorrell…

Estos recuerdos me han dejado con la desazón de no haber podido dialogar a fondo con ellos tanto como yo y algunos de ellos –Josep Maria Vidal Villa, Mossèn Dalmau, Antoni Jutglar, José Agustín Goytisolo, Alfons Carles Comin, Manolo Sacristan, Manuel Vázquez Montalván, Joan Martinez Alier, Josep Verde Aldea…– lo habíamos deseado.

Pero, por encima de mis recuerdos, ese sentimiento tendría que subrayarlo en el caso de amigos como Josep Maria Arrizabalaga, Català d’origen basc (como solía decir) pero tan euskaldun y tan catalán como Oteiza y Pla. Desde su condición de amigo, Josep Maria era capaz de criticar y apoyar las causas que, aun hoy, nos dan sentido a la lucha para poder sobrevivir como vascos y catalanes.

Por ello, mi fidelidad hacia su persona está ligada al hilo vital de aquellos ya lejanos pero enriquecedores recuerdos, que viví con él (y su familia), siempre como compañeros que se interpelan y se estiman sincera y naturalmente, y se felicitan por la suerte de aquel primer encuentro de 1963, cuando llegué a Barcelona.

En los años sesenta, la dirección del Institut de Teatre de la Diputaciò de Barcelona todavía era franquista.

«Las huelgas de finales de los sesenta llegaron al Institut de Teatre e hicieron saltar a Díaz-Plaja. Boadella fue uno de los instigadores, y puso a favor de una buena causa todo su talento como estratega en la sombra. Hizo buen uso de su capacidad para nadar y guardar la ropa. La llegada de Herman Bonnin como director abrió las puertas a gente como Fabià Puigserver en escenografía, Josep Maria Arrizabalaga en música, Iago Pericot, con sus espacios escénicos...» (El Torn de La Torna / Elisa Crehuet et alt. Joglars. 77 del escenario al trullo: libertad de expresión y creación colectiva 1968/1978. Barcelona: Icaria, 2008).

Els Joglars trabajaban el proceso de creación de sus obras a partir de una dinámica colectiva. La Torna fue por tanto una obra colectiva y es por ello que los van a enjuiciar y condenar en 1977. Uno de Els Joglars, Andreu Solana, fue ya entonces muy crítico con Albert Boadella: «Albert siempre tiene que ser el protagonista de la película, sobre todo si además puede hacer de malo. No sabe hacer otro papel» (ibid pag.65).

La Torna narra los hechos que rodearon a la ejecución de Heinz Chez, un joven supuestamente polaco que los militares condenaron a muerte y que ejecutaron el mismo día que lo hicieron con el antifascista Salvador Puig Antich. «Con él pretendían compensar el excesivo precio político que podría tener la ejecución del catalán» (ibid pag. 68).

Cuando se celebró el consejo de guerra contra Els Joglars, Boadella estaba en el exilio, después de haber protagonizado una fuga espectacular desde el Hospital Clínic de Barcelona. El resto de los componentes del grupo fue juzgado y condenado; pasaron once meses en prisión.

De vuelta del exilio, fui con Josep Maria Arrizabalaga, –a casa de Albert Boadella, en Pruit– y tras ver el video de La Torna tuvimos una velada de confrontación abierta y honesta de nuestros puntos de vista, coincidiendo empero sobre la denuncia de la violencia del Estado y la audacia de Els Joglars.

En 2005, Albert Boadella estrenó, por su cuenta, La torna de la Torna, versión que provocó un enfrentamiento con el anterior grupo de actores. Estos, siendo ignorados por Boadella, públicamente le denunciaron: «nos sentimos moralmente despreciados» (27/07/2005, ABC). El engaño de la militancia política progresista de Boadella ya no valía.

Hoy, eso está más claro que nunca tras su visceral ataque a la democracia catalana, al calor del nacionalismo monárquico.

En estos momentos estamos viendo presos políticos, represión indiscriminada, autoritarismo estatal y… guerra psicológica, con Albert Boadella como indigno conseller en cap.

Josep Maria Arrizabalaga sigue siendo un amigo leal, a pesar del paso de los años y de nuestros mutuos avatares. Desgraciada y tristemente no cabe decir lo mismo del esperpéntico «Presidente de Tabarnia», Albert Boadella.