GARA Euskal Herriko egunkaria
EDITORIALA

La crueldad necia no es signo de fortaleza política


El Estado español es un conglomerado de instituciones, intereses, dinastías, culturas políticas y pasiones profundamente necio. Es un Estado fanático, autoritario y antidemocrático, sin duda, pero también idiota. En sus poderes no hay inteligencia política ni existe capacidad estratégica. Se rigen por impulsos de testosterona, por una voluntad de humillar a sus adversarios inaudita, por una altanería campeadora que en realidad esconde una cobardía miserable. Su sadismo al ver el sufrimiento que son capaces de generar es un rasgo de sociopatía alarmante. El español es un Estado maltratador.

Con los escritos del juez Pablo Llarena para justificar la Causa General contra el independentismo catalán, el estado de derecho ha implosionado definitivamente en España. En el contexto europeo, de un solo golpe, alcanza y supera a Polonia y Hungría en su deriva autoritaria. Un inquisidor megalómano ha hecho jirones las costuras del aparente traje del régimen del 78. Un régimen resiliente, pero más débil de lo que simula.

La capacidad para falsear la realidad objetiva de este juez del Tribunal Supremo español, al que el Estado ha dado poderes plenipotenciarios en Catalunya, pondría en aprietos a George Orwell. «La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza».

Según él, una manifestación masiva es como «un supuesto de toma de rehenes mediante disparos al aire». Solo que sin rehenes ni disparos. «Actúa violentamente quien lo hace de manera violenta, lo que no presenta un contenido típico plenamente coincidente con actuar con violencia», afirma Llarena. Es decir, violencia sin violencia es como pegar sin golpes, agredir sin agresiones… lo que todo el mundo entiende como definición de no-violencia. Vamos, pacífica, como han sido todas las manifestaciones en favor de la democracia y la libertad en Catalunya en estos meses y años. No como la represión política, que también todo el mundo ha visto.

Llarena no deja disciplina sin tocar, incluso se atreve con el mentalismo, subsumiendo el derecho a la presunción de inocencia en el análisis de la «esfera psicológica interna» de los dirigentes catalanes. Ni la rendición les sirve ya. Lo que desean es humillarlos. Este es un punto que la sociedad catalana parece no terminar de asimilar. «‘Perded toda esperanza los que entráis’ en este tribunal», parece decir el juez. Abona así la idea de fatalismo que siempre maneja el Estado español cuando sus adversarios le ofrecen salidas, pactos… hacer política. No quieren negociar, por eso eliminan interlocutores, aunque sean los que ha elegido el pueblo de Catalunya en unas elecciones impuestas desde Madrid bajo el artículo 155. Los poderes españoles siguen sin entender que esto va precisamente de votar.

Crueldad, reacción y Frente Democrático Unido

En el momento en el que crecía la sensación de que el independentismo estaba estratégicamente desnortado, políticamente descabezado y sus lazos de solidaridad seriamente dañados, la política vengativa del Estado español ha reactivado el pulso democrático de la sociedad catalana, restañado la conjura de sus líderes e impulsado la dimensión internacional del conflicto. La crueldad irracional quería helarlos y les ha dado aire. Del empate 50-50 han vuelto a la pendiente 70-30. Si el debate es la democracia, España siempre pierde. Si el debate es la libertad y los derechos, la independencia siempre es una opción mejor. Si la solución es política, república fundacional siempre será mejor que monarquía decrépita.

Además, a diferencia de la sociedad española, la catalana es muy sensible a la crueldad. Incluso desde la perspectiva vasca es difícil comprender que el jueves, día del terrible pleno de investidura de Jordi Turull, quede en apariencia tan lejos y aparcado en la dinámica política catalana. No somos españoles, pero tampoco catalanes. Ni sus lealtades ni sus rencores tienen la potencia que tienen en vascos y vascas. Tampoco su sentido trágico. Ni para bien –la manera en la que les está afectando la represión es estremecedora–, ni para mal –en general, no tienen nuestra incapacidad para superar rencillas y vetos–. Ambos pueblos tienen mucho que aprender el uno del otro en su lucha por la libertad.

Precisamente, gran parte de las lecciones que los facilitadores internacionales han intentado inocular en los agentes vascos vienen de la experiencia sudafricana, en concreto del Frente Democrático Unido. Ayer en Catalunya se bosquejó esa idea, que conjugada con la articulación de la solidaridad internacionalista y una agenda común puede resultar desequilibrante y fructífera.