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JO PUNTUA

La separación de poderes


Como sea que el neofascismo rampante español no puede –toquemos madera– sacar los tanques por la Diagonal barcelonesa, acude al “poder judicial” y al artículo 155 de la Constitución como “ersatz” de los estados de excepción, y a eso le llaman los turiferarios “judicializar la política” dentro, por supuesto, del Estado de Derecho, uno de cuyos pilares es la separación de poderes, algo inexistente en Hispanistán.

Y es que, sucede, desde que la burguesía se hizo con el poder político haciendo su revolución –lo que hace hoy es la contrarrevolución–, nunca ha habido tres “poderes”, ni menos separación de los mismos. Ni siquiera Montesquieu, en el célebre VI capítulo del Libro XI, habló de la triple separación de poderes, que tan cara es a la democracia formal, sino de dos “potencias” (y antes Locke hablaría de la judicatura como “depósito de las leyes” dependiente de quien las dicta, esto es, el legislativo o parlamento) que reflejarían la tensión entre dos clases sociales en lucha: el Rey que, junto con la privilegiada nobleza, representaría el ejecutivo, y la pujante burguesía o “tercer estado” que legislaría en el parlamento, resultando de ello el “poder” judicial ajeno a este conflicto y, por ende, “nulo y políticamente irrelevante”. Lo que pretendía Montesquieu –que pertenecía a la nobleza, al fin y a la postre– era mitigar la pugna entre ambos poderes reales –ahora sí– y evitar un Cromwell inglés. Sin que, por descontado, los jueces tuvieran arte ni parte en nada, al revés de lo que nos quieren hacer creer ahora dizque que son un “poder” cuyas sentencias el gobierno, el poder ejecutivo, “acata y respeta”.

Si algo queda claro son dos cosas: que el Estado es uno (y soberano) siendo el “poder judicial” un apéndice del mismo que hará lo que aquel le diga y/o sugiera, y dos, que el “poder judicial” es “independiente” del pueblo, no del Estado. Aplíquese el cuento a Catalunya y extraiga el lector sus propias conclusiones.

Corolario: del tan cacareado “Estado de Derecho” nada de nada. Y ello en toda Europa con la diferencia respecto a un estado fascista como el español, de que en Alemania, Bélgica o Suiza guardan más las formas. Es todo.