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JO PUNTUA

La razón de Estado


En sus orígenes –seguimos a José A. Estévez–, el Estado de derecho liberal pretendió ofrecer una solución al dilema que planteaba el reconocimiento del carácter soberano del poder político y la necesidad de imponer límites al ejercicio de ese poder. Los límites que el poder político no debía transgredir se identificaron con los derechos del hombre y del ciudadano activando una serie de mecanismos (división de poderes, imperio de la ley, etc.) que debían establecer frenos al ejercicio del poder estatal sin negar su carácter soberano. En las declaraciones imbuidas del espíritu burgués de la Revolución francesa se recogía como principio inalienable –junto a la propiedad– el derecho a la resistencia, otrosí: contra la tiranía. Derecho que fue paulatinamente «eliminado» de los frontispicios de una burguesía acomodaticia frente a un nuevo enemigo surgido de su seno: el proletariado.

Pero si el Estado es la única institución que puede garantizar el efectivo respeto de los derechos humanos, ¿qué ocurre cuando el poder de ese mismo Estado se encuentra amenazado? Se trataría, entonces, del problema clásico de la «razón de Estado» donde se emplearían medios violentos (el «monopolio de la violencia» que esgrimen juntaletras de pacotilla, con ínfulas algunos) en aras de la conservación y mantenimiento del propio poder. De ahí los estados de excepción, de sitio, etc. «Todo legal», que diría el cachondo Piterman.

Pero, ¿qué ocurre cuando ese autodenominado Estado de derecho –que viene de donde viene– hace suyo y se vale del arsenal armado y maquinaria jurídico-política contra lo que se entiende como (inconfesable) «enemigo interior»? Pues, dicho en argenta, que se pone en marcha el terrorismo de Estado y la «razón de Estado», mandamientos innombrables resumidos en uno al decir meridiano de Rubalcaba: el que echa un pulso al Estado, pierde.

Si hace quince días decíamos que la separación de poderes era algo de lo que ni siquiera Montesquieu mentó jamás, ahora –en tiempos de «posverdades»– hay que llamar a las cosas por su nombre: la razón de Estado (burgués) es la razón de la fuerza (fascista), y la fuerza de la razón cosa de melifluos catalanes con sus zarandajas y logomaquias.