Nadie sabe nada
En un gesto sin precedentes en la memoria cortoplacista (somos así de efímeros), Thierry Frémaux, director artístico del Festival de Cine de Cannes, decidió reunirse con la prensa un día antes del pistoletazo oficial de salida de la 71ª edición de su certamen. Un encuentro que, en realidad, fue más encontronazo.
Había mucha tensión en el ambiente: todo ese paripé (mal convocado a última hora) apestaba demasiado a justificarse (también de mala manera) ante uno de los supuestos pilares de la Croisette. Esto es, la prensa. Una de los novedades de este año en «Le Festival» consiste en mover los pases para la crítica al último puesto de la parrilla de horarios. Medida de protección hacia las estrellas... e intolerable gesto de injuria hacia un colectivo visiblemente molesto con las –pobres– explicaciones brindadas por Monsieur Frémaux.
Y hay más. El caos previo se extiende hasta afectar otros frentes más sensibles de este gran circo. A saber, una programación herida por la pelea de la organización con Netflix, y por un proceso judicial que tiene en vilo la proyección de “El hombre que mató a Don Quijote”. Así mismo: hasta el segundo día de competición, no sabremos si tendremos o no película de clausura.
Con esta agitación, angustias y prisas (y con una última humillación en forma de visionado forzado de la gala de inauguración) entramos a la proyección del film inaugural. Una obra que sin duda merecía mucha más pausa en el ritmo de las pulsaciones. Se trataba de “Todos lo saben”, producción española que en realidad era una película iraní de habla castellana.
El prestigioso cineasta Asghar Farhadi unió fuerzas, en algún momento del camino, con Pedro Almodóvar para juntar, al mismo tiempo, un equipo de ensueño. José Luis Alcaine en la fotografía, Alberto Iglesias en la partitura y Javier Bardem, Penélope Cruz, Ricardo Darín, Inma Cuesta, Eduard Fernández y Bárbara Lennie (y muchos más) en el elenco de actores.
Deslumbrante alineación titular para otro preciso drama vestido de thriller detectivesco. Farhadi nos lleva en esta ocasión a la ruralidad española; a un pueblo indeterminado, pero fácilmente reconocible. Una vez más, su cine trasciende idiomas, costumbres y cualquier otra frontera planteable.
Lo mismo hubiera dado si se habría producido en Cannes. Y efectivamente. La tragedia a la que nos condena año tras año este festival, impregna la pantalla. El director y guionista iraní sigue buscando –y encontrando– lo universal (llámese condición humana) en el conflicto. En el diálogo, contemplado y filmado este como única herramienta posible para solucionar..., pero también para enredar. Sin estridencias ni un decibelio más de lo convenido. Síntomas inequívocos de una sabiduría que, milagro, también mancha el proyector, y por ende, a nosotros mismos.
Empezó la 71ª edición del Festival de Cine de Cannes. Lo hizo invocando, desde la organización, a todos los elementos del destino más aciago. Pero por suerte, también con la convicción de que en el séptimo arte (bendita excusa) encontraremos el consenso. Ojalá, y a saber...