Xabier Mitxelena Iparragirre y José Mari Tallón Avilés
Grupo de Estudios Incineración y Salud
KOLABORAZIOA

Incineración y contaminación atmosférica

La contaminación atmosférica es noticia periódicamente en los medios por sus altos niveles. Diferentes ciudades europeas se ven abocadas a tomar medidas de diversa índole, básicamente limitar el tráfico, con el fin de disminuir dichos niveles. Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que la contaminación atmosférica originó el año 2012 la muerte de siete millones de personas en el mundo, confirmándose como el riesgo ambiental más importante. La materia particulada, el ozono, el dióxido de nitrógeno y el dióxido de azufre constituyen los contaminantes atmosféricos que más efecto tienen en la salud de la población. Estos contaminantes ya los tenemos entre nosotros causando enfermedades cardiovasculares, respiratorias y cáncer fundamentalmente, siendo los grupos más vulnerables nuestros niños y ancianos. Estimaciones realizadas por la Agencia Europea del Medio Ambiente atribuyen a la materia particulada menor de 2,5 micras de diámetro la muerte prematura de 23.180 personas en el Estado en el año 2014, de las que 374 se habrían producido en Gipuzkoa.

Centrándonos en los contaminantes indicados por la OMS, llama la atención que están también íntimamente ligados con las emisiones de las incineradoras. Conviene recordar que estas son instalaciones industriales en las que se produce una combustión, en teoría controlada, de residuos con el fin de reducir su volumen y recuperar energía, si bien esto último lo consigue de forma modesta. Estas plantas declaran emitir por sus chimeneas cientos de toneladas anuales de los contaminantes atmosféricos antes mencionados o de sus precursores. De hecho, son los contaminantes emitidos en mayor cantidad por estas plantas. Para hacernos una idea de la cuantía de estas emisiones y extrapolando los datos de la vecina Zabalgarbi, la incineradora de Donostia, funcionando a pleno rendimiento, emitiría en óxidos de nitrógeno el equivalente a lo emitido por 27.000 coches diésel viejos (de 10 años de antigüedad) en un año, asumiendo un rodaje de 10.000 kilómetros anuales –rodaje medio de un coche– y teniendo en cuenta sus emisiones reales.

Declaraba hace unos meses un investigador del Instituto Carlos III de Madrid que a nadie se le escapa que estar expuesto a un foco de contaminación industrial día y noche cerca de la población y durante años no puede tener consecuencias inocuas. No parecen ser de la misma opinión nuestros dirigentes forales. Alguno incluso se atrevería a poner la mano en el fuego por la inocuidad de la incineradora de Donostia. La conclusión a la que llegamos los médicos del GEIS (Grupo de Estudios Incineración y Salud) va en la misma línea que lo declarado por el investigador madrileño. Llevamos años intentando reunirnos con los máximos responsables forales con el fin de explicarles los riesgos para la salud que suponen estas instalaciones industriales, pero seguimos sin recibir respuesta. Nos gustaría comunicarles que tras catorce años analizando la relación entre incineración y salud, no podemos afirmar que las incineradoras sean inocuas. Les mostraríamos los últimos estudios europeos que indican un aumento de la incidencia de enfermedades cardiovasculares, respiratorias y cáncer en la población que vive en los alrededores de las incineradoras, enfermedades similares a las atribuidas a la contaminación atmosférica. Relacionado con lo anterior, les indicaríamos lo reflejado en un reciente documento de la OMS sobre la incineración. Aprovecharíamos para recordarles que el sistema habitual para calcular las emisiones atmosféricas de las dioxinas policloradas, que son las que se miden, difícilmente puede ofrecer una estimación acertada de las emisiones reales, dado que se basa en mediciones realizadas durante un 0,4% del tiempo de funcionamiento medio anual de la incineradora. Les diríamos que en estos cálculos no se tienen en cuenta las dioxinas emitidas tras las fases de arranque, en cada una de las cuales se puede emitir el equivalente a lo emitido en seis meses, como comprobaron en Hamburgo (sí, en Alemania). Les enunciaríamos los múltiples contaminantes –también los que actúan como las dioxinas– cuyas emisiones, sorprendentemente, no se van a controlar. Les presentaríamos estudios recientes, no financiados por incineradoras, en los que se evidencia el riesgo adicional que supone para la población consumir alimento cultivado en los alrededores de estas instalaciones por la mayor concentración de dioxinas y metales pesados, a pesar de cumplir los estándares sobre emisiones atmosféricas. Además les explicaríamos que cumplir estos estándares en modo alguno implica que las emisiones sean inocuas. Acabaríamos exponiéndoles que todo lo anterior nos lleva a pensar que la contaminación atmosférica generada por la incineradora de Donostia supondría un riesgo no asumible para la salud de la población y que lo que procedería, con el fin de protegerla y en aplicación del principio de precaución, sería abandonar la incineración como técnica de transformación de los residuos y gestionarlos del modo que menos perjudique la salud de la población y el medio ambiente, gizalegez, como decimos en euskera.

Para acabar, querido lector, cuando vuelva a leer noticias referentes a los problemas de salud que ocasiona la contaminación atmosférica, acuérdese de la incineradora de Donostia y de los cientos de toneladas de contaminantes que dispersaría anualmente si finalmente acabase funcionando.