GARA Euskal Herriko egunkaria
DE REOJO

Aplaudímetro


Palmas, aplausos, ovación, es una jerarquía taurina de reconocimiento extensible a todo el mundo del espectáculo. El jueves que algunos dicen que alumbra más que el sol, fue recibido M. Rajoy con una ovación cerrada de todo su grupo parlamentario. La confirmación de su defenestración. Es una clave de fin de la banda, aplaudir a los que van a caer. Aplaudir mucho. Aplaudir para crear una burbuja de irrealidad que impida un mínimo de decencia y dignidad política. Después de la ovación, M. Rajoy se fue a un restaurante y se pasó allí más de nueve horas. Como cualquier ciudadano.  Comió, bebió, jugó al dominó, pagó rondas y salió des-colocado y perdido. Y perdedor. La resaca le duró y llegó tarde a su funeral de la mañana de votación. Pero saludó el primero a Pedro Sánchez, un milagro de la coyuntura y del caos político. Un presiente que puede ser el presidente que desatasque las cañerías. Tiene tanto por hacer que por poco que haga, será un gran presidente. A no ser que se encuentre con demasiados fontaneros del propio partido encargados de poner tapones en las cañerías. Vamos a esperar. Creo en las lobotomías. Y ver el cuajo de Ken Sánchez estos dos días, me hace creer en la resurrección de la carne y del cerebro. Esperemos hechos.

Como mirón esquinado lo que me pareció de un patetismo totalitario era la actuación coordinada de las huestes del falangista Rivera. Tenía un guion con tres frases repetidas y siempre aplaudían. A la vez, a golpe de pito. El aplaudímetro no se movía. Es lo más idiota visto nunca en parlamento alguno. Solamente saben hacer discursos aznaristas y tardofranquistas reaccionarios. Y se aplauden ellos mismo desde la nada hacia la nada. Aplausos pregrabados, de una tropa sin criterio. Son una estafa que acaba de colocarse en la insignificancia. Son Vox, pero de plexiglás.