El triunfo de Iván Duque, una versión moderada del uribismo
Como apuntaban los sondeos. Iván Duque, el presidente más joven de la historia de Colombia (41 años) ganó con 2 millones de votos sobre Gustavo Pedro, pese a que este logró el mayor número de apoyos para un candidato de izquierda. Junto al 4,40% de voto en blanco, destaca la Vicepresidencia, inédita a su vez, para una mujer, Marta Lucía Ramírez.
Han sido las elecciones más tranquilas en Colombia durante mucho tiempo, sin ningún hecho de violencia, debido a la terminación del conflicto armado con las FARC y al cese unilateral para las elecciones decretado por el ELN. Igualmente las instituciones electorales lograron dar en menos de una hora el resultado definitivo y con una alta participación electoral del 53,04%.
Ahora vienen los desafíos del inicio del Gobierno y del rol que juegue la oposición. Los discursos del triunfo fueron acordes a lo esperado. El del presidente electo, Iván Duque, convocando a la unidad nacional, insistiendo en pasar la página de la polarización y señalando los ejes de sus prioridades, entre ellas la lucha contra la corrupción, la politiquería y el clientelismo, mantener los acuerdos de paz pero con correcciones, la seguridad y la justicia y estímulos al emprendimiento y la necesidad de una reforma rural para luchar contra la pobreza y la desigualdad, la sostenibilidad ambiental, una política de equidad en educación y correctivos a la política de salud.
Gustavo Petro, además de reconocer el triunfo de Duque, planteó que asumirá su escaño en el Senado como jefe de la oposición, en la que la movilización social será una de sus herramientas y enfatizó en el cumplimiento de lo acordado con las FARC, uno de los temas que a juicio del presidente electo precisa algunos ajustes.
Al respecto, es importante destacar que el líder del partido de la FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común), Rodrigo Londoño, y la dirigencia de ese partido le ha planteado a Duque la importancia de una reunión para conversar sobre los Acuerdos.
Si bien estamos ante un triunfo del expresidente Álvaro Uribe y su partido, el Centro Democrático –que logró conformar una especie de coalición que agrupó todas las fuerzas políticas tradicionales, con lo cual se puede decir que la oposición de centro-derecha triunfó y retorna al Gobierno–, se trata de una versión del uribismo moderada, encabezada por un dirigente político de una nueva generación que podría, y así lo ha planteado, dejar atrás las controversias y odios personalistas del pasado –especialmente la confrontación de Uribe con el actual mandatario, Juan Manuel Santos– y permitir que se reconfigure el escenario con nuevas relaciones políticas y especialmente las coaliciones en el Congreso entre las bancadas; todo ello, como preludio al debate el próximo año alrededor de las elecciones regionales y locales.
Un elemento importante es que todos los colombianos reconocen el resultado del proceso electoral y queda desearle el mejor de los aciertos al nuevo presidente en la elección de su equipo de colaboradores y en el diseño de las políticas públicas que van a orientar su gestión.
Pero ahí se empezará a ver el talante del nuevo Gobierno. Porque si bien es cierto que los ciudadanos le dieron un mandato en las urnas, un porcentaje importante de colombianos apoyaron la otra opción, o el voto en blanco o sencillamente no participaron. Lo que significa que hay un sector amplio de la sociedad que no necesariamente apoyó el bando triunfador, lo cual debería llevar al nuevo Gobierno a entender que se trata de gobernar para todos, no sólo para el grupo que lo eligió y, por lo tanto, debería hacerse un esfuerzo por construir consensos con los otros sectores. No para que se desvirtúen las propuestas del candidato ganador, sino para intentar incorporar las ideas de los otros sectores, o lograr consensos alrededor de políticas estratégicas.
Van a jugar un papel importante las nuevas reglas del juego político a partir de la próxima legislatura del Congreso –se inicia el 20 de julio– y que se introdujeron con el Estatuto de la Oposición. El candidato presidencial perdedor en segunda vuelta debe asumir como senador y jefe de la oposición –oposición dentro de un régimen presidencialista, hay que recordar– y la candidata a la vicepresidencia asume un escaño en la Cámara de Representantes.
El jefe de la oposición tiene entre otros, derecho a réplica frente a las intervenciones del presidente por los medios de comunicación. Los partidos políticos deben manifestar por escrito si van a ser parte de la oposición –lo cual les dará unas garantías adicionales–, independientes, o de la bancada del Gobierno. Esto puede contribuir a que los debates de las distintas iniciativas y posibles acuerdos junto a sus tramitaciones se den de manera más ordenada. Lo fundamental es lograr restablecer un indispensable diálogo político que permita que el debate, desde la diferencia, pero necesario para una democracia plural y moderna, como aspiramos a que, cada vez más, sea la nuestra.
Ojalá estemos empezando a pasar realmente la página de polarizaciones inocuas y que podamos construir controversias serias, pero respetuosas, sobre políticas públicas centrales, así como consensos alrededor de temas de interés nacional. Quizá la implementación de los Acuerdos entre el Gobierno y las FARC debe ser el primer campo de análisis y debate que permita que se logren los necesarios consensos para su adecua- da implementación. No hay que olvidar que lo relacionado con la paz territorial es algo que va a beneficiar a los lugares donde el conflicto armado fue más intenso, que son los de mayores desequilibrios en términos de desarrollo y donde las ideas de reforma rural que plantea el presidente electo podrían materializarse.
La izquierda política colombiana igualmente tiene el desafío de recomponerse, porque los votos que apoyaron a Petro en segunda vuelta no son todos de izquierda. Hubo un porcentaje importante de votantes de centro y, adicionalmente, un sector de la izquierda, la que lidera el senador del Polo Democrático Alternativo, Jorge Enrique Robledo, que no acompañó la candidatura de Gustavo Petro.
Todo ello plantea, más allá de los entusiasmos iniciales, el reto de recomponerse con movimientos o partidos que sean capaces de actuar tanto en el Congreso como en las elecciones regionales y locales del próximo año construyendo convergencias para aspirar a ser Gobierno.
Un período de esperanza de cambios, que esperamos arranque, es una necesidad para avanzar en nuestro desarrollo y en una mejor democracia.