EDITORIALA
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Unas fiestas muy humanas

Iruñea es durante estos días un universo en sí misma. En un contexto de fiesta, a ritmo de bacanal, la capital vasca contiene las alegrías, las emociones y también los conflictos consustanciales a nuestras comunidades. En sanfermines se reproducen muchas de nuestras taras, se disfruta por encima de las capacidades del cuerpo y de la economía doméstica. Nueve días que son una válvula de escape para muchos, un negocio para algunos, un viaje para la mayoría y una experiencia para todas las personas que los viven. También hay quienes no los soportan, por excesivos, por inabarcables, por depravados. También de eso hay.

Estos días Iruñea es tanto un paréntesis como un buen reflejo de la realidad política, en su sentido más amplio. Los sanfermines son, a su vez, un experimento antropológico sin igual.

Cambios sutiles y revolucionarios

Por haber, estos días en Iruñea hay hasta una pequeña crisis institucional derivada de un infantilismo irresponsable y demagógico. Ha sido un golpe para un cambio que iba como un cohete. El liderazgo de Joseba Asiron se afianza pero la aritmética se complica, quizás. Hay tiempo y fuerza para encauzar y renovar mandato.

Por elección popular, una pareja de jóvenes con síndrome de Down lanzaron este año el Txupinazo en representación de Motxila 21. Parece un detalle, pero es un bello detalle. Es un escenario difícil de imaginar hace unos años, tanto el método de elección como los elegidos. La gente de orden no expresará su pesar, pero para ellos este protagonismo de la sociedad civil y de quienes padecen su paternalismo condescendiente y estigmatizador es un pequeño infierno, un acto de empoderamiento que reta el clasismo del establishment foral.

Sin ser un espacio propicio para el contraste de ideas, nada de lo humano le es ajeno a estas fiestas, tampoco la relación entre los humanos y los animales. Tímidamente, se ha abierto el debate sobre el maltrato animal, especialmente sobre la tauromaquia. Parece que el animalismo afina su estrategia. Es cierto que hoy unos sanfermines sin toros parecen imposibles, pero lo de hoy también es inviable a largo plazo.

Si algo ha cambiado en la ciudad es la conciencia feminista. Diez años después de la muerte de Nagore Laffage a manos de Diego Yllanes, dos años después de la violación de la manada, con la sentencia aún caliente y en el contexto del 8M, este tema es una prioridad social y política. La alianza entre la sociedad civil y las instituciones ha dado la vuelta a la negra tradición de unir fiesta y sexismo. Queda mucho por hacer, también en fiestas, pero el cambio es palpable e irreversible. Solo hay una cosa que no ha cambiado entre el caso Yllanes y el de «La Manada»: la terrible judicatura española, parcial y tuerta ante la violencia contra las mujeres.

En otro ámbito totalmente distinto, pero con esa institución en común, resulta totalmente incomprensible que los tribunales españoles puedan prohibir una bandera que no discrimina a nadie y cuyo veto sí segrega a una parte importante de la ciudadanía. La prohibición de la ikurriña en el balcón del Ayuntamiento de Iruñea es vergonzosa y extemporánea.

También parece de otros tiempos, pero hoy se cumplen cuarenta años de los luctuosos sanfermines del 78. La herida sigue abierta porque que no se ha hecho justicia. Hoy se recordará a Germán Rodríguez, muerto a balazos por la Policía española, y a Joseba Barandiaran, muerto de igual modo en Donostia en una de las protestas posteriores. La impunidad no permite que la memoria flaquee ni en fiestas.

Hoy por hoy sigue habiendo presos políticos en el Estado español y perdura la demanda de su liberación, uno de los lemas de hace cuarenta años. También persiste una represión que tiene en el de los jóvenes de Altsasu el caso más actual e injusto. Hay cosas que no cambian, hay poderes que no quieren que cambien.

Capaces de lo peor y de lo mejor

Las fiestas no son solo una legítima evasión; pueden ser emancipadoras, más aun si se inscriben en procesos de cambio político y social tan positivos como el que vive Nafarroa. Uno de los principios de ese cambio es «no actuar con ellos como ellos actuaron con el resto cuando eran mayoría». Es una estrategia ganadora.

En medio de este fragor, vale la pena leer hoy en GARA el reportaje de Iker Bizkarguenaga sobre el «Experimento de Stanford». Fundamento de muchos dogmas sobre el determinismo y el fatalismo humano, resulta que era falso. Nadie está condenado a ser opresor ni sumiso, las personas son más libres de lo que algunos quieren hacernos creer. Se ve hasta en sanfermines: pueden actuar como niñatos o como adultas, solidariamente o de modo egoísta, violentamente o de forma cooperativa. Muy humanamente, es decir, políticamente.