AUG. 15 2018 GUTUNAK Turismo, turismofobia, sobreturismo, turismo sostenible ANA LARRAñAGA Gautegiz-Arteaga Todo lo anterior se da en ese masivo dar vueltas al mundo que nos ocupa a tantos y tantos humanos en la imparable necesidad de preparar un viaje, sufrirlo y contarlo. Mientras el turismo suponga el 10% del PIB mundial, y genere uno de cada 11 puestos de trabajo, no hay mucho que hacer. Seguramente regularlo, pero, ¿es suficiente la contención? ¿Los tornos en Venecia? ¿Control de entrada a playas?... Seguro que no. ¿Entonces por qué no se hace partícipe al residente, al trabajador o al país de que se trate, de esas enormes cantidades de dinero que se mueven y que está constatado que solo 5 % quedan en la zona afectada? Seguro que es difícil pero posible si se tuviera el valor de enfrentarse a las compañías transnacionales que promueven sin piedad el turismo masivo a tantos y tantos destinos, con la absoluta perversión de hacernos creer que la decisión de elegir un lugar u otro, no depende de sus intereses sino que ha sido pensada por cada uno de nosotros. Me inclino por algo más sencillo de visualizar: la contradicción entre lo que era, aquello que se va a visitar, y en lo que se ha convertido. La «pasividad bobina» –me encanta la frase por lo precisa– con que en grupos guiados por un paraguas multicolor, o en autobuses, nos conducen a sitios concretos únicamente para hacernos una foto que, por cierto, ¿la haríamos si no tuviéramos sufridos allegados a quien enseñarla? ¿Es eso una experiencia enriquecedora? ¿O se trata simplemente de visiones empaquetadas, de zonas convertidas en parques temáticos de lo que una vez fueron, reconstruidos los espacios y disfrazados patéticamente los personajes a la «vieja usanza»? ¿Que hacer? La pregunta queda en el aire, pero la respuesta –aunque nos empeñemos en que cada uno hacemos un viaje diferente: mochilero, cultural, deportivo o sexual–, pasa por reconocer que somos parte del problema, e implicarnos en buscar la solución. Y... lo siguiente, preguntarnos a la llegada si ha merecido la pena el esfuerzo. Si incomodidades y gasto han compensado lo que el viaje ha supuesto de enriquecedor, de apertura de mente, de comprensión de distintas realidades, o sin entrar en profundidades, si me he divertido en la misma proporción que cansado, aburrido o enfadado.