¡Sin duda, majos, a Marijaia no se la pegáis!
Llegó Marijaia y con ella la jarana se desató en el Botxo. Pizpireta, la musa de Aste Nagusia ha vuelto a demostrar que cuarenta años después tiene mucha marcha y la irradia a quienes la rodean. Es adulta pero al tiempo muestra rasgos de rebeldía e inconformismo que ha sabido transmitir a sus adeptos para enriquecer la que para muchas y muchos es la mejor fiesta que conocen. Nada que objetar porque cada cual es muy suyo para vivirla como desee.
Cuatro décadas de Aste Nagusia es como para celebrarlo y, en medio de la efeméride, hemos topado con el «revisionismo festivo». Sorprende que quienes más palos han puesto en las ruedas para tratar de abortar unas fiestas populares se pongan al frente para pretender arrogarse en exclusiva un protagonismo enfermizo. No les negaré su cuota de responsabilidad en lo que hoy es Aste Nagusia pero les animo a que no escondan sus vergüenzas.
Reivindiquen que fueron quienes trataron de abortar en 1980 ese exitoso modelo, que año tras año jalearon brutales intervenciones policiales en el espacio festivo, trataron de imponer la censura o alimentaron sin rubor serpientes de verano para criminalizar a las comparsas para juzgarlas ante tribunales ajenos a la realidad vasca.
No obtuvieron los réditos que deseaban y ahora, además de edulcorar su protagonismo en esta historia, buscan arrinconar en la foto a quienes siempre creyeron en Aste Nagusia y pelearon por ella. Es difícil de olvidar por mucho que uno se empeñe. Sin duda, así lo creo, a Marijaia no se la pegáis.