Diplomáticos activistas
Apenas hemos recibido una minúscula oleada de inmigrantes en nuestro país y la desorientación crece exponencialmente. También en eso llegamos tarde, pues el éxodo del sur hacia el norte es fenómeno antiguo e imparable que seguirá creciendo.
La reacción europea se mece entre el voluntarismo de la sociedad civil volcada en el auxilio y los derechos humanos, por un lado, y el cierre de fronteras desde los gobiernos y el populismo xenófobo, por el otro. ¿Y la izquierda?
Los hombres y mujeres que llegan por mar o alambradas son trabajadores, pobres, desesperados que huyen de la miseria, la injusticia, los desastres naturales, las guerras o las tiranías. Y el vacío dejado por aquel activismo internacionalista y solidario entre pueblos ha sido ocupado por un humanitarismo laico centrado en el control de daños. ¿Y las raíces de los problemas?
Apenas comprobamos discursos y actuaciones más allá de la asistencia, cuando no del buenismo políticamente correcto que ha reemplazado a las misiones religiosas. Son actuaciones urgentes, sí, pues está en juego la vida de miles de personas. Pero el continente se llenará de nuevos proletarios indigentes o de esclavos, con tirita y manta, si no se responde desde la política, desde propuestas radicales hacia los desplazamientos humanos y sus causas.
Partidos de izquierda y sindicatos deberían ser el motor de la alternativa ante este desafío planetario y contribuir a estrechar relaciones con los países de origen y escuchar sus voces cualificadas para actuar a ambos lados del mar. Tal vez nos sobran aventureros humanitarios y nos faltan diplomáticos activistas.