AUG. 24 2018 DE REOJO A propósito Raimundo Fitero Acabamos de recibir una mala noticia televisiva. Los responsables de Warner Bros Television y la productora de Chuck Lorre (creador de la sitcom junto a Bill Prady), artífices de “The Big Bang Theory”, anuncian que la décimo segunda temporada que empieza a emitir en setiembre en la CBS, será la última de esta maravillosa serie. Se adjunta de manera no aclaratoria que el motivo es que Jim Pearson, que da vida a Sheldon, no quiere continuar después de estos doce años. Y no parece que sea una cuestión de dinero porque cobra un millón de dólares por capítulo. Hay que ponerse a pensar esta renuncia desde otro punto de vista. Sucede que la serie sin él no tiene viabilidad. Y condena a todo el equipo. Pero a propósito de esta renuncia, me viene una pregunta nada retórica: ¿Hasta cuándo un actor se debe a un personaje? Doce años haciendo el mismo neurótico, marcan. Va a ser muy difícil ver a este actor dando vida a un policía, un gánster o un gestor inmobiliario y creérnoslo. Se comprende el desgaste artístico de estar tanto tiempo en la piel del mismo personaje, además con éxito universal. Nada más conservador que mantenerse en un éxito durante décadas. Todas las series tuvieron un día que se acabaron. Por desgaste de la misma, por bajas audiencias, por problemas de reparto y sueldos. Aquí, quisiera entender, es una decisión que se coloca dentro de un debate actoral, de una concepción de una carrera artística. Hemos vivido de cerca series de una desmesurada duración, carreras actorales que nacieron y murieron en la misma. Siguen existiendo estos fenómenos. Vemos a actores vascos, amigos y queridos vestidos con los mismos trajes y las mismas barbas desde hace años por la tarde. No han hecho otra cosa. Han ganado dinero, están tranquilos, pero con monocultivo artístico. Y eso es malo a la larga.