EDITORIALA
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El 1 de Octubre como momento fundacional

Reproducir un momento político es algo casi imposible. Esas situaciones vienen marcadas por una gran cantidad de factores, algunos de los cuales son tan intangibles como las sensaciones comunes que se convierten en estados de humor generalizados en un momento y en un lugar. Un momento político es, a la vez, un escenario intelectualmente buscado y un estado emocional creado que se proyecta históricamente. Son un cúmulo de emociones y marcos mentales compartidos por una gran mayoría que abren, al menos durante un tiempo, la opción de un escenario político diferente, disruptivo respecto a lo conocido hasta ese tiempo.

Más allá de lograr encender ese momento, lo que marca el éxito o el fracaso de una iniciativa de este calado histórico es la gestión que se hace de la misma. Es decir, una derrota puede convertirse en victoria y viceversa. Que un momento vaya más allá, que se instale en la sociedad y se instaure en las instituciones, que se proyecte a futuro como ambición comunitaria, no viene dado porque se eternice, sino porque dé paso a cambios estructurales.

Los momentos lo son porque retan a la fatalidad, uno de los principales dogmas del sistema según el cual nada puede cambiar y todo cambio político profundo está destinado al fracaso. Entre nosotros y nosotras, el 1 de Octubre en Catalunya se rompió ese dogma.

No se pueden repetir, hay que crearlos

Cuando Catalunya se convierta en república independiente, lo más probable es que el 1 de Octubre de 2017 sea considerado su momento fundacional. No es tan excepcional, ya ocurre en lugares como Irlanda, donde ese momento se data en 1916 al conmemorar el levantamiento de Pascua. La diferencia en este caso es que la revuelta de los líderes irlandeses fue una clara derrota, mientras que el 1-0 debe ser considerado como una increíble victoria del independentismo catalán.

No obstante, que perdure como tal no depende ya de lo que se logró entonces, sino de lo que se haga a partir de ahora. Sin ir más lejos, todo lo que vino después, hasta este aniversario, es comprensible, pero pierde sentido si cada uno se empeña en justificar o en ocultar sus errores en vez de enmendarlos. Durante un primer tiempo la necesidad de mantener la unidad del independentismo obligaba a evitar la autocrítica. Llegados a este punto, no tiene sentido caer en el reproche sin mirar a lo hecho en aquellas fechas por cada uno. Con honestidad, para no restar valor a lo logrado hace mañana un año, pero sobre todo con perspectiva de futuro.

«El 1-0 es el día que todo comienza», reivindicaba ayer mismo en una carta para celebrar este día Jordi Cuixart. Visto desde fuera, es una de las voces más lúcidas del proceso catalán. Desde la cárcel, en esa voz reverberan los grandes valores de aquel día y las potencialidades que se abrieron en esa jornada.

Junto con ello, el relato sobre la hazaña popular de hacer llegar las urnas hasta los colegios el 1-0 muestra la centralidad de esa jornada en el relato sobre el proceso catalán hacia la independencia. Todo esquema que se salga de ahí terminará distorsionando ese relato.

Cuixart apunta también que el juicio contra el independentismo será una oportunidad para mandar al mundo un potente mensaje a favor de los derechos civiles y políticos. Es importante que ese nuevo momento político prenda con toda la intensidad necesaria para alumbrar el camino hacia la libertad. El independentismo vasco no está para dar lecciones, está para apoyar y solidarizarse. Sin embargo, su experiencia antirrepresiva debería servir para no cometer los mismos errores. Porque si algo está claro es que el Estado español no va a cambiar de patrón a estas alturas.

En este sentido, la perspectiva histórica que imprime August Gil Matamala en la entrevista que hoy publica “7K” sirve para valorar en su justa medida lo logrado por el independentismo. Representa muy bien los valores que han hecho del independentismo catalán un fenómeno tan fuerte: «los valores más progresistas de la democracia y la no violencia». Es fuera del ámbito partidario donde se escuchan en este momento los discursos más realistas y a la vez esperanzadores.

Es difícil replicar momentos, pero lo realmente imperdonable es no acertar a dimensionar aquellos que lo fueron. Sobre esto, este aniversario es una buena oportunidad para que el independentismo vasco reflexione. No para mirar ni atrás ni allá, sino adelante y aquí.