Raimundo Fitero
DE REOJO

La violencia

La violencia (venga de donde venga era un estribillo de hace unas décadas) se ha incorporado de manera grosera en lo cotidiano. No se puede explicar sin ponerse paranoico. Me detengo un rato en la violencia machista. ¿Hay rachas, lunas llenas, motivos hormonales para que se encadenen en ciertos días varios casos salvajes, sin que se pueda entender qué sucede con las medidas de prevención? Nos acostumbramos a escuchar rutinariamente que no se había producido antes ninguna denuncia y eso nos solivianta. Pero en el siguiente caso se nos dice que se había denunciado varias veces, se habían solicitado medidas de protección, algunas concedidas y otras denegadas, alejamientos y no alejamientos, pero el resultado es el mismo: muertes violentas premeditadas. Y en estos días con los menores como venganza de muerte más cruel. Un panorama desolador que parece imposible de solucionar. Y lo peor es que nadie sabe por dónde empezar para solucionarlo.

La educación, la represión, la autodefensa o las campañas mediáticas. Todo a la vez, pero parece que existen enquistados en los cerebros colectivos resortes atávicos de machismo, de propiedad privada, de violencia salvífica que no se limpian con canciones y eslóganes. Pero, ¿cómo se acaba con todo ello?

Hay muchas otras violencias que se nos administran de manera dosificada para que las aceptemos como un designio mayor: los asesinatos constantes del ejército israelí de palestinos y palestinas. Indiscriminadamente, la violencia, la muerte como un lenguaje unidireccional. La muchacha que abofeteó a dos soldados en Gaza está de gira por Europa. Ahed Tamimi es una heroína popular y dice algo que me deja coagulado el aliento refiriéndose a la violencia que sufren: «Estamos pagando el precio del holocausto». Pienso en este mensaje.