Anjel Ordoñez
Periodista
JO PUNTUA

Crucificados

La aventura libertaria de Espartaco terminó en Apulia, en la que ha pasado a la historia como la tercera guerra servil, en el año 71 antes de Cristo. Cuando descansaron las armas, la sangre de 60.000 rebeldes teñía el caudal del río Silario. A pesar del equilibrio de fuerzas, el combate entre los rebeldes esclavos y las legiones de Marco Licinio Craso se decantó del lado romano gracias, según los anales, a la disciplina de los legionarios y, sobre todo, al poder de la caballería del laureado general y cónsul. El cadáver del gladiador nunca apareció.

Suya la victoria, Craso decidió dar una lección al mundo: los 6.000 prisioneros que resultaron de la batalla fueron crucificados, uno por uno, en los márgenes de la Via Apia, entre Capua y Roma, fijada una distancia de diez metros entre cada cruz. Sesenta kilómetros de venganza sin medida y de atroz represalia.

La historia está plagada de episodios de venganza como el que protagonizó Craso. Porque la venganza, además de un impulso atávico que desborda al ser humano en momentos de intenso dolor íntimo, ha sido y es una frecuente herramienta de control político que utiliza el terror como sanguinario elemento disuasorio para erradicar cualquier síntoma de disidencia.

La represión franquista se cobró alrededor de 200.000 vidas entre 1936 y 1943. Cunetas, campos de concentración, cárceles de tortura y exterminio... fueron crueles herramientas de eliminación física manejadas con el pulso firme de la venganza.

Pasadas cuatro décadas, la impunidad de los verdugos del genocidio es la mejor demostración de que poco o nada cambió realmente en aquello que llamaron transición. El avejentado régimen se maquilló con esmero, pero la democracia real nunca ha tenido espacio en un ordenamiento que sigue siendo rehén, cuando no marioneta, de aquellos que provocaron una guerra para arrebatar a la sociedad el legítimo derecho a decidir y, como Craso, sembraron de cruces la tierra quemada.

Verdad, justicia y reparación. Es el único camino para poder avanzar hacia la democracia real. Y no hay atajos.