La muerte
Escuchando a un médico especializado en cuidados paliativos, se me ocurre que la muerte es algo que excede lo conceptual y religioso para convertirse en un incidente, cuando no un accidente. La Dirección General de Tráfico ha lanzado una campaña de prevención de accidentes muy agresiva y la idea fuerza es que no pises demasiado el acelerador porque hay cosas que son peor que la muerte. Y para los creadores de esta serie de anuncios, es peor la culpa que la muerte. Aquí soy finalista, y no hay nada peor que la muerte. O dicho de manera metodista, después de la muerte no hay nada. Y si no hay nada es un final. El final. La culpa puede mortificar, pero se pueden encontrar límites, soluciones, olvidos y posibilidades de recuperarse.
El derecho a la vida se extiende al derecho de acceder a la muerte en las condiciones más aceptables. Si es por un accidente, no hay previsión, pero si por esa entrada lenta de una enfermedad larga que produce dolores insoportables, hay que recurrir a todos los aliviadores que la química, la farmacología y la sicología proporcionan. Sin restricciones, con la confianza entre paciente, familia y equipo médico. Porque no sufre solamente quien ha emprendido el camino, sino todo su entorno. Y si es una persona que vive en soledad por las razones que sean, todavía necesita más y mejor la cooperación de la ciencia y la ética profesional de los equipos que le acompañan hacia el destino de todo ser compuestos por diferentes elementos biológicos, como es el cuerpo humano.
La muerte llegada de manera inesperada, por un accidente, una negligencia o una acción violenta tiene su repercusión social, la que es fruto de una degeneración celular, un tumor, o una obsolescencia orgánica común, tiene otra repercusión parecida. Hay que prepararse para asumir que somos finitos.