¿Por quién doblan las campanas?
Nunca preguntes por quién doblan las campana. Doblan por ti». La frase, raptada al genial Hemingway, resume lo vivido el domingo en Altsasu, para alborozo de la mayoría y chasco de la menguada tropa que quiso ocupar una posición que le resulta extraña.
Llegaron arropados por uniformados armados hasta los dientes, encabezados por caudillos briosos con ganas de jaleo, confiados tal vez en una trifulca que pudiera justificar más secuestros de aborígenes. Y se dieron de bruces con la realidad de un pueblo digno, inteligente e imaginativo.
El doblar de las campanas de la iglesia de Altsasu les gibó el espinazo a los de la iglesia nacional, la del cardenal Gomá brazo en alto, en saludo romano y con Franco bajo palio. Esas campanas doblaban por el pueblo de Altsasu, castigado, vilipendiado, herido... pero no humillado.
El intento de la derecha española –calificarla como «ultra» es una redundancia– de exhibir un inexistente alborozo de la población por la presencia de la Guardia Civil en Nafarroa se quedo en agua de borrajas. Como no podía ser de otra forma en tierras atosigadas por la ocupación.
Pero no hay que errar. Los mandarines fascistas no vinieron a convencer sino a mostrar musculito ante su propia parroquia, allá en España.
El discurso de la imposición quedó sepultado por un imponente e inofensivo tañir de campanas. El campanero se impuso a la falange. Si una imagen vale más que mil palabras, el sonido alegre y solemne del campanario retrata la dignidad de un pueblo vasco. Las campanas de Altsasu doblaron por el pueblo.