JAN. 22 2019 GAURKOA A propósito de la revolución Josu Naberan Pequeñas revoluciones de gran valor. No faltan en Euskal Herria iniciativas populares, más allá de las actividades institucionales. Moneda local (el eusko), cooperativas eléctricas, venta directa de productos agrícolas, producción ecológica y asociaciones para su consumo, iniciativas a favor del euskara, luchas obreras de todo tipo. En realidad se trata de actividades de primer orden, y cada una de ellas tiene bien definidos sus objetivos y sus propios recursos, pero en conjunto son demasiado débiles, limitadas o desperdigadas para el desarrollo de una revolución decisoria. Les falta aún una amplia masa crítica. Las crisis. La denominada «crisis» de la última década ha sido un duro golpe contra la sociedad en general. Ahora son las grandes corporaciones las que han tomado el mando por encima de los estados y se ha agravado la desigualdad social. Así ha surgido un nuevo «proletariado»: una amplia masa de gente empobrecida, desde jubilados a jóvenes en precario, que nos devuelve a la etimología de dicha palabra: la pobre gente que se encontraba en la necesidad de vender sus hijos e hijas –proles– al Estado. Las personas empobrecidas, como no tienen ni capacidad para el consumo, son consideradas inútiles por el sistema, si no es para beneficiarse de su abstención o su voto desesperado a la derecha. Y el futuro, a pesar de los cantos de sirena de Confebask, no parece nada halagüeño. Según algunos economistas, estamos a las puertas de otra crisis –diferente– en la que los estados, totalmente endeudados, no podrían rescatar a los bancos con dinero público como antes. Además, como el sector financiero se ha diferenciado e impuesto a la banca, ésta se ha privatizado para alimentar con sus fondos al mercado financiero global. Aquí, en concreto, las privatizaciones de CAN y de Kutxabank nos han dejado al albur de los mercados y sin protección alguna. La «situación de caos o catástrofe». La evolución no es siempre lineal ni gradual, según la ciencia actual. Puede permanecer estable durante tiempo, pero en determinados momentos críticos se puede interrumpir el equilibrio (a mejor o a peor) y surgir lo que se llama «aislado periférico»; es decir, lo que hasta entonces parecía un elemento sin importancia se convierte inesperadamente en centro de atracción que reúne en derredor todos los desequilibrios y pone cabeza abajo lo que era un sistema asentado. Eso es lo que se llama «situación de caos o catástrofe», teoría expuesta por primera vez por los paleontólogos estadounidenses Eldredge y Gould. Cuando ocurre en el campo de la materia microscópica, se denomina «principio de incertidumbre». Pero además de en la materia y la biología, ha sucedido también en la historia humana. ¿Quién se hubiera imaginado que los «bárbaros» que vivían en los bosques del norte de Europa destruirían el imperio romano? ¿O que los grupos de pastores nómadas que habitaban las estepas al norte del Cáucaso, movidos por las sequías, derribarían la gran civilización neolítica europea y traerían la civilización actualmente dominante de los «indoeuropeos»? Interrogantes. ¿Cuál puede ser el «aislado periférico» que puede volcar este sistema capitalista, autoritario y patriarcal? ¿El polo de atracción que, reuniendo en torno suyo las pequeñas revoluciones, podría causar una revolución decisiva a corto o largo plazo? ¿Acaso un estallido social de una creciente masa empobrecida? ¿Una migración masiva que huye de la miseria junto con los efectos del cambio climático? ¿Un empoderamiento de la mujer que pueda hacer frente a lo ya insostenible?: sea bienvenido de parte de la civilización indígena de Andere. En fin, tales situaciones podrían suponer una gran oportunidad, pero no sería quizá suficiente, pues haría falta también una masa crítica consciente que lo apoyara. Y, como mínimo, los siguientes requisitos. Independencia mental. Desvinculación de los tópicos del sistema capitalista o un pensamiento crítico. En primer término está el tópico del «crecimiento»: nos han hecho creer que cuanto más alta sea la tasa de crecimiento, la riqueza será mayor y mejor será en consecuencia el bienestar social de la población. Esto no es así, como lo demuestran Geneviève Azam y grupos de economistas cada vez más amplios. El crecimiento, tal y como lo entienden el FMI y sus seguidores, no sólo no genera empleo (y si lo genera, será muy precario), sino que además hace que las diferencias aumenten. No hay más que ver lo que ocurre en China, India y otros países con gran crecimiento económico. Por otra parte, este crecimiento agota los recursos del planeta y abre el camino al cambio climático. Está claro que el sistema que soportamos como modelo está agotado. Para muchos, pues, el «decrecimiento sostenido» es la única salida, aunque su defensa no acarrea votos. Otro tópico es el de la dichosa crisis. No es algo natural, no, sino que el capitalismo lo ha preparado magistralmente. Estafa o superexplotación deberíamos llamarla más bien. Atención también a los mensajes de los medios de comunicación hegemónicos. Muy a menudo desfiguran la realidad, la esconden o nos la transmiten en letra pequeña. Por ejemplo, la tragedia de los cadáveres y de la gente desesperada que a diario llega a las costas mediterráneas. Y ni tan siquiera aparecen en letra pequeña las razones de esta tragedia: el colonialismo, las multinacionales, la creciente xenofobia de Europa… Entre nosotros, al menos, gracias a la lucha comunal clarividente del pueblo, se abrió la puerta a diarios alternativos como “Egin” y “Egunkaria”. Por último, el mensaje de la desesperanza, que dice que «no hay alternativa». Es el mensaje más extendido en la sociedad actual. Ahí está el ejemplo de la gente de izquierdas que ha quedado en casa en las últimas elecciones de Andalucía. En efecto, las actitudes de desesperanza, además de ahogar cualquier utopía, abren las puertas a la extrema derecha. Y no es mejor el tópico de la fe ciega en que «todo se arreglará como siempre». Por esto, es fundamental la independencia mental. Diría que para que tome cuerpo la independencia política y social haría falta que se extendiera en la sociedad esa otra independencia mental y cultural. Soberanía cultural. Finalmente, ¿por qué comprometernos con estos objetivos de revolución? Por dignidad, en primer lugar: para romper la tela de araña que nos tiene cada vez más atrapados. Y también por nuestra propia identidad cultural como pueblo, la cosmovisión basada en la vecindad y en la comunidad, no en el éxito del individuo por encima de todo, sino en el bien comunal. Ahora nuestra casa es el planeta Tierra, al que llamamos «Ama lur». Y el territorio (Euskal Herria, comunidad, pueblo, barrio) será el ámbito natural de defensa e insumisión, para hacer frente a cuanto ahora ocurre o sobrevenga mañana. Una lucha necesariamente internacionalista, junto con la gente y los pueblos oprimidos de Europa y del mundo. ¿Cuál puede ser el «aislado periférico» que puede volcar este sistema capitalista, autoritario y patriarcal? ¿El polo de atracción que, reuniendo en torno suyo las pequeñas revoluciones, podría causar una revolución decisiva a corto o largo plazo?