FEB. 10 2019 JO PUNTUA Monolingüismos Irati Jimenez Escritora Era la primera temporada de “El Ala Oeste de la Casa Blanca”. El presidente Bartlett discutía con su gabinete sobre la situación política y cómo enfrentarse a quienes le acusaban de no ser un buen patriota. Alguien de su equipo le sugería la posibilidad de llegar a acuerdos con los republicanos para reforzar en temas como la prohibición de quemar la bandera o la oficialidad del inglés. Lo recuerdo porque hasta entonces no sabía que en Estados Unidos podías quemar la bandera y no tenía ni idea de que no tuvieran idioma oficial. ¿Cómo funcionaba la educación? ¿Y la administración? Tenía muchas preguntas, pero todas se esfumaron cuando el presidente le preguntaba a una consejera política qué les diría ella a quienes insistían en que había que «defender el inglés». Su respuesta era tan bonita como impensable para nosotros. «Les diría que la lengua de Shakespeare no necesita que nadie la defienda». Con más de 500 millones de hablantes, el castellano es uno de los idiomas más hablados del mundo. En el siglo XX, gracias a la prodigiosa revolución latinoamericana, asombró al mundo con su exuberancia literaria. Tiene una capacidad sobrenatural para expresar distintos momentos en el tiempo y es capaz de ternuras conmovedoras al diferenciar entre una niña que se sienta sola o una que se sienta solita. Aunque quizá lo que mejor hace es retratar a quien lo usa para arremeter contra el euskara y sus aterradores 700.000 hablantes o contra el catalán y quienes se empeñan en usarlo en su país, Catalunya. Parecen brutalmente convencidos de que, en realidad, vasco, catalán o gallego existen y se hablan en oposición al castellano, para molestarse o, peor aún, para ponerlo en peligro. No ven que sus descarnadas fantasías monolingüistas son la consecuencia trágica de un nacionalismo triste, no se alegran de haber perdido un imperio global para quedarse con una lengua universal, no entienden que los nacionalismos no odian el castellano sino su imposición. Al idioma de Cervantes le defienden demasiado y le ofenden invariablemente. Parecen brutalmente convencidos de que, en realidad, vasco, catalán o gallego existen y se hablan en oposición al castellano, para molestarse o, peor aún, para ponerlo en peligro