FEB. 22 2019 DE REOJO La calle Raimundo Fitero En la calle, en todas las calles, en cualquier calle de cualquier lugar del mundo industrializado, hay tantas cámaras grabando por cuadrado que no somos capaces de detectar la línea que separa la intimidad, la individualidad, de lo comunitario. Por eso, retornar al ideal de Fraga de «la calle es mía», es en estos momentos una memez. ¿Lo de meme, vendrá de memez? He estado viendo en un canal, conexiones con las movilizaciones en Catalunya, y no he sido capaz de orientarme en el laberinto de lo que sucedía, lo que se retransmitía, y el relato. Mantengo conspiraciones propias y cuando veo frente a los encapuchados con casco y armamento de disuasión a otros encapuchados, con uniforme de encapuchado de catálogo, no los distingo. He visto una escena en la entrada a Rodalies de la Plaça de Catalunya en la que un varón alto, con barba y coleta, animaba a gritar consignas y me jugaría una ración de calçots a que era un provocador, un gancho para que se dijera, curiosamente en castellano, cosas contra la policía. Y en directo. Cosa muy rara. Como ver a un grupo de jóvenes volviendo a gritar «¡Visca Terra Lliure!», con las cámaras presentes me suena mal. Eso, con las actuales leyes, es un delito de exaltación del terrorismo. Y no sigo con mis paranoias porque parece que hay algunos medicamentos que escasean en las farmacias. Un asunto bastante serio y estructural que forma parte del diseño capitalista de elementos básicos, como es la Salud. O la Sanidad. No sé si se escribe con mayúscula o minúscula, pero me refiero a eso que se anuncia de manera insistente por todos los medios como asunto privado y no se considera un derecho ciudadano inalienable. Es más importante repartir beneficios en las farmacéuticas, que curar a los enfermos crónicos. Hay que salir a la calle para volver a defender lo obvio.