Raimundo Fitero
DE REOJO

El horror

Las imágenes que nos llegan de esa reunión de octogenarios con bata de cola, birrete multicolor y actitud de distancia de una realidad tangible, huelen. Y huelen muy mal. Huelen a semen reconcentrado. Huelen a maltrato, horror, impunidad, concentración de delincuentes, consentidores y encubridores. Tanta jerarquía eclesiástica universal reunida en Roma es un síntoma de dificultad hormonal. El presagio de un dolor eterno. ¿Qué tienen esos mortales que les diferencie del resto de ciudadanos? Respuesta muy simple: pertenecer a una secta que domina cuerpos, almas, bancos y gobiernos. Por lo tanto, pueden destrozar vidas y no responder ante nadie que no sea su propio prepucio. También le llaman dios. Y en su nombre abusan, violan, roban, son cómplices de asesinatos masivos, de golpistas y dictadores.

Ningún respeto. A ninguno de esa secta. Lo he escrito muchas veces: a los que menos a los curas supuestamente progresistas. Son los que más daño han hecho. Son los que han capado más vocaciones revolucionarias. Hasta los que han sido mis amigos, compañeros y conmilitones: ¿por qué han seguido en esa secta sabiendo todo lo que sabían? Cada uno puede creer en lo que le de la gana, pertenecer a la agrupación que le parezca, pero todo acto humano tiene consecuencias y este silencio criminal de toda la Iglesia católica, forma parte del horror mantenido en el tiempo durante demasiadas décadas. Y son muchas generaciones de niños, niñas, adolescentes y adultos, marcados por esta malsana sexualidad de confesionario.

Me importa muy poco lo que diga el Papa y sus decrépitos compinches, lo importante es  que la Justicia entre en esos edificios donde se mezcla la pestilencia de las sacristías con los inciensos de los creyentes inocentes. Que se ventile en los tribunales, no en los rezos de penitencia.