APR. 01 2019 DE REOJO Esqueletos Raimundo Fitero Protestan los habitantes de las zonas rurales despobladas, “vaciadas” es la palabra utilizada para lograr la concienciación general. Parece ser que según las cuentas de los estadísticos y asesores de gramática parda de los candidatos de los partidos franquicia, en los territorios vaciados y sus alrededores se ventilan en las elecciones generales cerca de cien escaños. O sea, la cosa tiene su miga. Como estamos en tiempos de autoficciones y distopías, atravesando Euskal Herria en tren me vino a la mente una circunstancia apocalíptica: ¿cómo serían esas poblaciones vascas, entre montes y fábricas, cuando la próxima recesión acabe con esas industrias? Y sentí un escalofrío y una especie de vómito de futuro: esqueletos de fábricas, chimeneas apagadas, edificios de viviendas vacíos, bares en traspaso, ikastolas bajo mínimos. No lo pude resistir y me puse a pensar en un entretenimiento de ética periodística al que juego con excesiva frecuencia y que empieza a convertirme en un pervertido: ver a Eduardo Inda en “La Sexta Noche”, para cagarme después en sus muelas, en la cadena que le protege, en el espíritu de la transición y hasta en el bigote de Arias Navarro. Inda convierte en un periodista moderado a Marhuenda. Y Marhuenda convierte en rojos de asustar a los otros tertulianos, entre los que sigue estando esa señora que tiene siempre la razón, que fue alto cargo con Aznar y que estuvo leyendo, con énfasis y violencia asertiva, en la concentración protofascista de Colón. No tienen ya ninguna excusa, ni un pase, ni se le puede hacer la pelota tanto a ese impresentable ser de todas las cloacas y de todas las corrupciones. Eduardo Inda es un peligro democrático, un insulto periodístico, carne de presidio, chulo de comisaría. ¿De dónde saca el dinero para su panfleto? Del fondo de reptiles y ratas. El esqueleto de rascayú.