MAY. 12 2019 RESEñA Ser periodista y poder seguir mirándose al espejo Beñat ZALDUA El pudor puede ser traicionero. Cuando toca hablar bien de alguien siempre te invita a buscar peros, a encontrar pliegues incómodos en su vida o en su carácter. Todo por ese imbécil sentido del ridículo que nos ataca cuando nos encontramos, de repente, glorificando a alguien. Pero lo cierto es que resulta difícil reprochar algo a Javier Ortiz. A mi solo se me ocurre echarle en cara el haberse muerto demasiado pronto, a los 61 años, hace exactamente una década. Un aniversario que Mikel Iturria y Akal han tenido a bien conmemorar con el libro “Javier Ortiz. Talento y oficio de un periodista”. Se trata de una antología de columnas que van dibujando la imagen de un periodista honesto que tuvo la virtud de no caer en el cinismo después de ver transaccionados los objetivos por los que luchó contra el Franquismo. «Donde no hay encanto, no hay desencanto», escribió; no haber esperado nunca nada del PSOE ni del PCE le facilitó quizá las cosas. Mayor sinsabor sintió, cabe pensar, con los derroteros seguidos por “El Mundo”, del que llegó a ser subdirector y jefe de opinión. Las desavenencias con su criatura –hay un jugoso episodio con Botín – tampoco doblegaron la pluma de Ortiz, que confesó tender al enfado «cuando se meten de por medio cuestiones de ética elemental». Sus columnas son prueba de ello. «Nunca malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda», le dijo un día Oteiza. Uno de los grandes méritos de este vasco afincado en Madrid –«es como ser zurdo en tierra de diestros»– fue rechazar cualquier ventajismo moral y no mirar a otro lado. Discrepar profundamente de la línea de “Egin” no le impidió denunciar su cierre en las páginas de “El Mundo”, indignarse ante la muerte de Miguel Ángel Blanco no le hizo olvidar los atropellos de Garzón. Leer el libro y redescubrir al periodista donostiarra es un deleite, desde el primer artículo del libro hasta el último. Igual que a él, al editor solo cabe reprocharle una cosa: habernos hecho añorar de nuevo las columnas de Ortiz.