Terminar quemados
El último as en la manga del equipo de Thierry Frémaux para despedir la 72ª edición del Festival de Cine de Cannes estuvo en la programación. La parrilla de proyecciones dejó, para el esprint final, la demencial carga de cuatro películas (así, del tirón) para completar el cuadro de la Competición por la Palma de Oro. No quedó ni un segundo para quejarnos, de modo que ahí nos arrojamos.
Empezó el periplo de la mano de Marco Bellocchio. El maestro italiano presentó en la Croisette “Il traditore”, mezcla entre biopic e informe periodístico-policial dedicado a Tommaso Buscetta, nombre clave en la detención, a partir de los años ochenta, de centenares de capos de la Cosa Nostra. Con ello, el veterano cineasta firmó un irregular ejercicio de virtuosismo formal, disperso en sus continuos saltos geográficos y temporales. Su principal acierto fue adoptar, en los momentos más relevantes del relato, una extraña comicidad que sirvió para plasmar el circo mediático en el que tan fácilmente degeneran los affairs que dan forma a su país.
Hablando de identidad nacional, Elia Suleiman anotó, muy a última hora, el último gran punto en la selección de Thierry Frémaux. El cineasta palestino presentó “It Must Be Heaven”, una delicia; una película prácticamente perfecta. Fue una colección de escenas, situaciones y postales brillantemente planteadas a nivel visual, y magistralmente rematadas en lo conceptual. Cine de viñetas, de cuadros vivientes (como con Roy Andersson, vaya), una película vital, tan alegre como inteligente en su sentido homenaje al pueblo palestino.
Justo después vino Justine Triet. La directora francesa llegó con “Sibyl”, mezcla entre comedia y drama exageradamente introspectivos (ahora, tocó pensar en Nanni Moretti, y también en Olivier Assayas). Fue poco más de hora y media de personajes mezclados con personas, y de una ficción entrometiéndose (con fines terapéuticos) en la realidad. Apariencias ligeras, pero fondo y formas muy pensadas. Un poco demasiado.
Por último, la gran traca final. Abdellatif Kechiche, autor de “La vida de Adèle”, presentó “Mektoub, My Love: Intermezzo”, segunda entrega de una trilogía dedicada, de momento, a la atracción sexual. Fueron tres horas y media que transcurrieron, casi íntegramente, en una noche de discoteca. Ahí, los diálogos cedieron ante el lenguaje corporal de unas caderas a punto de estallar. Kechiche firmó un impresionante y muy lascivo tour de force. Una fantasía erótica hetero-masculina, tan explícita, sudorosa y, en definitiva, provocadora como nuestros sueños húmedos más desatados.
Y así nos quedamos, abrasados; quemados por un festival que, una vez más, nos consumió. Cerró el concurso de la 72ª edición del Festival de Cannes, y ahora mismo solo queda esperar el fallo del jurado presidido por Alejandro González Iñárritu. De momento, la crítica apunta hacia Céline Sciamma, hacia Quentin Tarantino, hacia Bong Joon-ho y, evidentmente, hacia Pedro Almodóvar. Las opciones del manchego para conquistar, por fin, la tan ansiada Palma de Oro, siguen intactas. Veremos.