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JOPUNTUA

Piel de serpiente


Ha pasado casi una semana desde que se hiciera pública la decisión del Tribunal Supremo de paralizar la exhumación de los restos de Franco para retirarlos del Valle de los Caídos, y todavía no salgo de mi asombro. No hablo de la decisión en sí misma, que, con todos los respetos, me trae sin cuidado, sino de la redacción del auto con el que el alto tribunal despachó el asunto. Me refiero, claro, a la parte en la que consideran al generalísimo como jefe de Estado desde el día 1 de octubre de 1936.

Es decir, para los magistrados que toman algunas de las decisiones más relevantes que afectan al devenir político en el Estado español, Franco se convirtió en jefe del Estado tan solo tres meses después del comienzo de la guerra civil, una sangrienta contienda que duraría tres años. La fecha, por si a alguien se le escapa, corresponde al día después de que la denominada Junta de Defensa Nacional, dirigida por los militares que encabezaron el golpe de Estado contra la legalidad de la República, cediera a Franco los poderes legislativo, ejecutivo y judicial al proclamar al gallego de Ferrol «generalísimo de los ejércitos nacionales».

Créanme si les digo que no se trata de un error de redacción. El Tribunal Supremo no comete errores. Faltaría más. No he olvidado ni nunca lo haré cuando Aznar, entre ufano y soberbio, dijo aquello de «¿se creían que no nos íbamos a atrever? Pues eso. Tampoco fue un error. Si acaso, una estupidez. Ocurre que, cuando sienten el viento soplar por popa y notan en la mano la firmeza de la sartén por el mango, se les desprenden como piel de serpiente las cautelas de la hipocresía, para soltar lo que realmente piensan. Así que quienes proponen establecer un cordón sanitario en torno a Vox, por considerarlo una amenaza a los derechos y libertades fundamentales, deberían ir pensando que les van a hacer falta muchos metros. Kilómetros.

Sin cambiar de tema, porque es el mismo, pero en tono más optimista: ayer se celebró en Donostia el festival solidario con este periódico, condenado a pagar una desorbitada deuda inventada por otro juez de infausto recuerdo. Todo un éxito. Seguimos.