Mikel CHAMIZO
QUINCENA MUSICAL

Un pianista sin artrosis y un director con disonancias

Al finalizar la actuación del pianista surcoreano Seong-Jin Cho, ganador de la última edición del Concurso Chopin de Varsovia –el rey de los concursos para piano, que se celebra cada cinco años–, un señor cerca de mi de butaca hizo una brillante observación que solo se le podía ocurrir a alguien perteneciente al grupo de edad que mayoritariamente acude a los conciertos de música clásica: «¡Qué bestia el pianista! Ese, artrosis no tiene». Fue una manera peculiar de alabar el virtuosismo de Cho, uno de los pianistas más deslumbrantes que han surgido en los últimos años no solo por su capacidad técnica, sino por ser uno de esos músicos que parecen albergar un punto de vista iluminado sobre la música que interpretan. En su versión del “Concierto para piano nº 1” de Chopin todo llegó en su justa medida: el sonido precioso, el carácter poético y elegante de la expresión, el fraseo de perfecto equilibrio entre el canto y la declamación, la brillantez en los pasajes de lucimiento técnico... Cho hubiera firmado una versión de diez de este concierto si no fuera porque, en el primer movimiento, se le vio algo constreñido por la dirección de Hrusa, que le impidió volar del todo libre hasta casi el tercero.      

Que Hrusa no acertara del todo en el acompañamiento no implica que sea un director mediocre: su versión de la “Sinfonía nº 4” de Beethoven, que a muchos les disgustó por “rara”, fue fascinante. Exprimió el carácter sonoro de la MCO, una orquesta de instrumentos modernos que adopta aspectos de la interpretación históricamente informada, para hacer aflorar inusuales aspectos de la música beethoveniana: las disonancias, el contraste dinámico extremo, el grano tímbrico de las diferentes combinaciones instrumentales... Releyó la sinfonía desde una perspectiva discutible, pero que le funcionó muy bien.