Txomin PITARKE
Bilbo
Gargantua

Baly y su troupe pierden aire . A la mesa con

Por mucho que lo reiteren, a los txinbos nadie nos va a convencer de que algo es tradicional porque se repite. Una de esas cosas que los munícipes tratan de que asumamos como «tradicional» de Aste Nagusia es el dichoso desfile de la Ballena, que organiza una fundación creada para gestionar eventos relacionados con el 700 aniversario de que un señor feudal castellano, de nombre Diego y de apodo el Intruso, otorgase la Carta Puebla a Bilbo. El 15 de junio se festejó el 719 «cumpleaños» de la villa y la entidad no se disuelve pues sigue recibiendo dinero público para sufragar iniciativas.

La cabalgata del popular cetáceo hinchable fue un ariete con el que el Gobierno municipal buscó «incordiar» a las comparsas pero que, con el paso de los años, se ha ido desinflando y cada vez se asemeja más a una caricatura de lo que fue. Mientras los agentes festivos se esfuerzan en enriquecer el programa incentivando la participación popular, este espectáculo languidece a pesar de la promoción publicitaria. Hasta el equipo de limpieza se ha convertido en protagonista de la marcha dominical, poniéndose al nivel que tuvieron durante décadas los bomberos cerrando la cabalgata de Reyes. Algo increíble y de un paleto que me hace sonrojar.

Durante un tiempo, la «familia» de Baly fue creciendo hasta la incorporación hace un año de la Txirla, que se sumó al Pulpo, Txangurro y Besugo. Cuentan a su favor los organizadores con el relevo generacional que todos los años se produce entre la parroquia menuda que se agolpa en las aceras de Gran Vía, de lo contrario escasas serían las personas que se asombrarían con el paso de una troupe marina que huele más que media docena de salmonetes una semana en un frigorífico.

Ayer, comprobé que los arponeros siguen en nómina mientras sí intuí renovación entre los grupos de percusión y músicos que conforman el desfile. Hubo mensaje sobre la gestión de residuos en el planeta de la mano de Lobo Carnassier, un vehículo gigante con forma de cánido que tras una descomunal borrasca emerge de las profundidades marinas para narrar una historia de origen celta. En esa misma línea, el montaje Atlántida pretendió aportar color y dinamismo a un desfile que no puede disimular sus achaques.

Y me pregunto, ¿será capaz el alcalde y su equipo de desinflar definitivamente a la gigantesca familia marina? Lo dudo, temo que apuesten por seguir poniendo parches a unos hinchables mientras algún astuto promotor les presenta una idea que les encandile.