Mikel CHAMIZO
QUINCENA MUSICAL

La violinista más esperada y una orquesta inesperada

El de la Deutsche Kammerphilharmonie de Bremen era otro de los conciertos más esperados de la Quincena Musical, aunque no tanto por la orquesta en sí misma (actuó en Donostia en 2002 pero nadie parecía recordarla) sino por la presencia de Hilary Hahn, una de las grandes estrellas actuales de la música clásica, no solo por ser una violinista de trayectoria excepcional sino porque además es toda una figura de las redes sociales. Uno de sus últimos proyectos en redes ha sido #100daysofpractice, en el que, durante cien días, ha mostrado como es el día a día de una solista de primera línea. Y en algunos de los vídeos más recientes se la veía, precisamente, estudiando los conciertos para violín de Bach, las obras que interpretó en Donostia. Lo hizo, claro, de forma magnífica: especialmente su articulación es extraordinaria, logrando que cada nota se perciba de forma cristalina aunque esté tocando a velocidades endiabladas. Esto sentó muy bien a la lógica de la música de Bach, en la que el contrapunto es un elemento esencial. Pero Hahn no se quedó en esto, ya que abordó los conciertos sin miedo a ciertas originalidades y a desplegar un sonido plenamente moderno y poderoso, sin imitar las prácticas de la música antigua. La orquesta que se amoldó a esta visión, ya que en el Schubert de la segunda parte demostró que podían tocar de una manera muy diferente. Además de los dos conciertos para violín, se interpretaron dos orquestaciones contemporáneas de fragmentos de “El arte de la fuga” de Bach.

Como ya se ha dicho, la segunda parte del concierto estuvo dedicada a una sinfonía de Schubert que no se interpreta muy a menudo, la “Sinfonía nº 4, Trágica”. No es, seguramente, una de las mejores creaciones de Schubert, pero tiene desde luego interés más que suficiente para estar más presente en las programaciones, sobre todo si es defendida con la autoridad con que lo hicieron Omer Meir Wellber y los cuarenta músicos de Bremen. Hubo algunas imprecisiones y entradas inexactas, pero Wellber mostró un buen criterio en cuanto a trabajo dinámico, con un interesante juego de pianísimos y fortísimos muy bien ejecutado por la orquesta. En general, todo tuvo un aire camerístico que transmitió la sensación de que todos avanzaban juntos en la dirección de la visión de Wellber.