SEP. 02 2019 TEMPLOS CINÉFILOS Afectados y beneficiados Victor ESQUIROL Hoy Venecia decidió mostrar sus respetos hacia la poco respetada profesión del periodismo. Lo hizo tanto dentro como fuera de la Competición, con un programa doble que, como exigen los códigos éticos del oficio, en su narración de los hechos trató siempre de recabar las opiniones tanto de la parte afectada como de la supuestamente beneficiada. Empezamos haciendo un pacto con el Mal, es decir, con otra producción de la factoría Netflix. Steven Soderbergh presentó a Concurso “The Laundromat: Dinero sucio”, una estupenda sátira diseñada para hacernos hervir la sangre. Empezó la proyección con un divertido plano secuencia en el que Antonio Banderas y Gary Oldman, sin dejar nunca de mirar a la cámara, se nos presentaron como dos supuestos maestros del universo, en plena misión evangelizadora para que nosotros, bobos corderitos, entendiéramos de una vez por todas las bondades del dinero, esa promesa; esa ruina. Al poco rato, descubrimos que eran ni más ni menos que las encarnaciones de Jürgen Mossack y Ramón Fonseca Mora. Exacto, los dos desechos humanos detrás del escándalo de los «Papeles de Panamá». La evasión y los paraísos fiscales (seguramente uno de los temas más cruciales de este principio de siglo XXI) salió a colación de la mano de uno de los maestros del cine digital. Su nueva creación, como cabía esperar, fue puro zeitgeist. El espíritu de nuestros tiempos quedó simulado y plasmado en alta definición y con el pulso tembloroso con el que smartphones, tablets y otros dispositivos intentan dejar constancia de una verdad que no debe ser ocultada. Soderbergh se asoció con las fuerzas oscuras, y se fue a todos los sitios en los que éstas han puesto sus viscosos tentáculos. Con ello, se desquitó riéndose de sus miserias (morales), y nos invitó a convertir las risas que había ido cosechando, en indignación. En una fuerza regeneradora que revierta una dinámica mundial insostenible. Intolerable. Fuera de la carrera por el León de Oro, el veterano Costa-Gavras probó lo mismo que el director americano, pero poniéndose en la otra trinchera. Ahora tocaba explicar otra crisis que, en realidad, era escándalo. Tanto económico, como político, como por supuesto, social. El colapso de Grecia y las negociaciones por su supuesto rescate en 2015 marcaron el contexto de “Comportarse como adultos”, crónica de la infantilización del poder en una Unión Europea inoperante, o directamente malévola. Se trataba de adaptar las memorias del carismático Yanis Varoufakis: la voz cantante la llevó él, y solo él. A su alrededor, todo el mundo pareció una triste sombra, en lo que fue un descarado monumento a la subjetividad. Una defensa incondicional a los principios de la izquierda, que por aquel entonces, estaban en plenas rebajas. Por último, llegó Olivier Assayas, pero no importó mucho. “La red avispa”, con Penélope Cruz, Gael García Bernal y otros muchos actores no-cubanos, fue un thriller de espías entre la Habana y Miami. El cineasta galo quiso escuchar a tantas partes, que se saturó. Fue como si no contara nada, y en nada quedó.