Yo no quiero vivir en un parque temático
Hace ya mucho tiempo que Miarritze, al igual que Donostia, se convirtió en enclave emblemático del turismo francoespañol, en búsqueda de una especie de orientalismo en plena Europa, como ha escrito Joseba Gabilondo. Mutaciones del colonialismo, especialmente en épocas de crisis de los imperios.
Ha habido y hay colonias externas y colonias internas y los imperios español y francés se han construido en base a ambas, porque antes de conquistar en otros continentes, los núcleos expansionistas fueron ocupando territorios, destruyendo poderes autónomos y perpetrando todo tipo de tropelías contra poblaciones, culturas, lenguas… La Europa actual es herencia de todo eso y aunque haya que manejar estos conceptos con precaución –ya que es obvio que ni Catalunya ni Euskal Herria han sufrido ni sufren una situación «colonial» en los términos de la de América central y del sur, por ejemplo–, las relaciones de subordinación de estos dos pueblos con los Estados español y francés no se pueden entender sin reparar en lo que se ha dado en llamar colonialidad del poder.
Esta colonialidad atraviesa también las relaciones internas entre las fuerzas de izquierda, aunque, por supuesto, quienes están en posiciones de poder lo niegan. Así, mientras la República Francesa ha impuesto la celebración del G7 en una de sus «colonias» internas, ocupándola militarmente, ciertas «izquierdas» postimperiales francoespañolas han tenido a bien explicarnos cómo debíamos actuar ante la cumbre. Parece que les habría gustado convertirnos en una especie de parque temático de la capucha y el cóctel molotov, al que poder viajar de vez en cuando, para volver luego a sus zonas de confort. Y rabian porque la respuesta se ha decidido en Euskal Herria.
Es una vieja historia: seguimos siendo el movimiento nacionalista pequeño burgués que impide las siempre inminentes revoluciones socialistas española y francesa.