SEP. 15 2019 EDITORIALA Dinámicas solidarias y humanas frente a inercias crueles EDITORIALA La maquinaria judicial es implacable y, una vez que se pone en marcha, es difícil de parar. Como con cualquier institución, la costumbre va creando cultura, y la repetición, inercia. En el caso de la judicatura española y los procesos políticos contra ciudadanos vascos, esa inercia parece irrefrenable. En el conflicto político vasco, la ley ha sido la guerra por otros medios. Ha sido parte central de una estrategia para «acabar con ETA», y para terminar con «todo». ¿Qué es «todo»? Toda disidencia, todo sentimiento ajeno al pura o prioritariamente español… «Todo» es hacer política desde unos postulados independentistas y socialistas, aunque sea pacífica y democráticamente. «Todo» es la ternura y la solidaridad con los presos. En definitiva, «todo es ETA» es la estrategia del Estado español para combatir toda conciencia crítica con un régimen que tiene, empezando por esa misma judicatura, una genealogía franquista imborrable. Así, en Euskal Herria se han criminalizado hechos y pensamientos que, no ya en otros países, sino en el mismo Estado español pero en otros territorios, no pasaban de ser faltas o multas. Los mismos hechos eran una cosa u otra dependiendo de si los cometían vascos o no. Se han elevado las penas por encima de las de los estados que tienen cadena perpetua. Se han endurecido las condiciones de las condenas hasta grados cercanos a contextos bélicos. Esa es la inercia de décadas. El de Altsasu es el caso más reciente e hiriente. Tristemente, el juicio que mañana comienza en la Audiencia Nacional en Madrid contra 47 ciudadanos y ciudadanas vascas por defender los derechos de los presos y presas vascas coge el testigo de esa injusticia. El Estado recupera así la inercia amortiguada pero vigente de esa parcialidad, de ese derecho del enemigo, de esa guerra. Con un factor clave que diferencia a este macrosumario de otros anteriores: la coartada oficial desapareció ante los ojos de todo el mundo; ETA se deshizo el 3 de mayo de 2018. Mañana, incluso en Madrid, será 16 de septiembre de 2019. El tribunal, la Fiscalía, las acusaciones y la Policía tendrán que argumentar no contra la violencia política, ni siquiera contra el independentismo vasco, sino contra el tiempo y el espacio. Cuidado, son capaces. Acaban de juzgar a los líderes del independentismo catalán acusándolos de violencia. Nadie puede sostener sin mentir que en el 1-O hubo más violencia que la policial. Ellos lo han hecho, ante sus tribunales, sin pudor. 47 vidas de 47 vascos y vascas Son casi cincuenta personas las que mañana se desplazarán a Madrid para sufrir un proceso demencial. En realidad, son muchas más personas. Las mayores afectadas son sus familias, su entorno más cercano. Pero también lo son sus compañeros y compañeras de trabajo, los chavales y chavalas que van a clase de sus hijos e hijas, su vecindario… El impacto de un proceso así en un pueblo tan pequeño es bestial. La vasca es una sociedad de tres millones de personas que intenta avanzar y superar una historia plagada de luchas y sufrimientos. Luchas y sufrimientos reales. Violencia real y múltiple, ni inventada ni unívoca, ejercida y sufrida por diferentes sectores de la sociedad, padecida por muchas personas. Uno de sus principales retos es sanar, construir una convivencia nueva, un escenario en el que todos los derechos de todas las personas sean respetados. Para eso necesita vaciar las cárceles, no tener más presos y presas. Juicios como este intentan dificultar esas perspectivas, esos consensos. Un proceso así afecta también a los representantes políticos de los encausados, desde sus concejales y alcaldes hasta sus parlamentarios y lehendakaris. No deberían mirar para otro lado. No pueden abandonar a sus conciudadanos ante una injusticia así. Políticamente, además, otro macrosumario como este en este momento rebate el relato oficial sobre el conflicto y la normalidad democrática. España no es normal, no quiere serlo. El macrosumario 11/13 no tiene sentido, no responde a la búsqueda de la justicia, ni a la reparación de un daño, ni a castigar unos hechos concretos. Responde a una pulsión punitiva, represiva, vengativa. Responde a una voluntad ajena a la justicia. Frente a esa inercia, las dinámicas que se han abierto en pueblos y barrios de todo el país o la manifestación de ayer muestran que la sociedad vasca no quiere quedar atrapada en esas inercias estatales. También que frente a valores como la crueldad o el castigo, apuesta por la solidaridad.