Serenidad
El Estado español, a lo largo de las últimas décadas, ha invertido ingentes esfuerzos y recursos de todo tipo en desarrollar una compleja ingeniería jurídico-política que le permita combatir la disidencia en Euskal Herria. Defender la unidad de España en territorio vasco le ha supuesto, y aún le supone, un gasto imposible de contabilizar en lo económico y un desgaste inmensurable para su credibilidad democrática –si alguna vez la tuvo– en el ámbito internacional. Durante años, al recurso de la represión más salvaje ha sumado sin apenas dudarlo la vulneración sistemática de derechos fundamentales, la perversión sin límites de su propio marco legal, la difuminación absoluta de la separación de poderes y el desarrollo de una compleja estructura de manipulación ideológica con un único objetivo nunca logrado: desmantelar el pulso democrático que mueve a la sociedad vasca en su búsqueda de la independencia.
Ahora, esa suerte de macabra pseudología fantástica diseñada para domeñar a los vascos ha puesto sus ojos en Catalunya. Y lo mismo da que los parámetros no se ajusten, porque la vasca y la catalana son realidades similares pero no gemelas. Si alguna vez hubo escépticos sinceros –no interesados– sobre el verdadero peso de la violencia en la ecuación que define la dinámica de confrontación entre el Estado español y la sociedad vasca, aquí tienen la respuesta. En Catalunya no hay violencia, salvo la que ejercen las FCSE. Sin embargo, el esquema de represión política es idéntico, y tenderá a crecer en intensidad en la medida que Catalunya se mantenga firme en la defensa de la libertad.
Ahora, el pueblo catalán debería considerar mantener a toda costa una decidida apuesta por la serenidad, ante la evidente provocación a la que se ve sometido día tras día. Si algo hemos aprendido en Euskal Herria es que el Estado español se siente más cómodo en escenarios de confrontación violenta. De hecho, los busca con ansiedad cuando comprueba que la determinación ciudadana rompe los diques de control ideológico, en busca de nuevos caminos de reconstrucción identitaria. Serenidad. Y firmeza.