NOV. 23 2019 JOPUNTUA Los veteranos Arturo Puente Periodista Desde al menos los años 90 pulula por Madrid un colectivo que ejerce el papel de atalaya y guardián de la rectitud nacional, función que en EEUU y otros países suelen atribuirse los veteranos de guerra. Con la diferencia que unos lucharon en Irak o Vietnam o en Corea, mientras los otros se presentan como víctimas, reales o imaginadas, de los terribles regímenes nacionalistas que gobiernan con mano de hierro los gobiernos autonómicos catalán y vasco. A los medios suelen chiflarles estas figuras, cuya más temprana encarnación pudo ser, quizás, Rosa Díez. Tras ella vinieron muchos otros, cientos. Y no solo políticos. Periodistas, artistas, literatos, gente de los medios, famosillos y, finalmente, casi cualquiera era susceptible de sacar tajada de su vasquidad o catalanidad siempre que estuviera dispuesto a convertirse en prueba fehaciente de que el apocalisis nacionalista –del nacionalismo de los otros– se cernía sobre España. En ese clima no tardaron en llegar los partidos políticos que vieron el filón. UPyD lo intentó, pero el tema vasco estaba de bajada. Así que Ciudadanos tomó el relevo. Como veteranos de la cruenta batalla del constitucionalismo en Catalunya, en 2015 el partido se presentó en la capital a reclamar lo que les pertenecía. Rivera exhibió las heridas de guerra pidiendo dejar de ser tropa y convertirse en oficial. En Catalunya, decía, «hay que partirse literalmente la cara» para «defender la igualdad de todos los españoles». «Llevo escolta porque ya sabemos lo que pasa en Catalunya», reforzaba la idea Arrimadas. A punto estuvieron de conseguirlo, según el asunto catalán ponía al rojo vivo la temperatura nacional en los medios españoles. Tan cerca de la cima se vieron que la vanidad les hizo olvidar que no eran más que una herramienta, una figura útil para servir de ejemplo, victimizar o extremar las posiciones. Que todo su valor estaba en las cicatrices. Pero que incluso para ser veterano hay clases, y que cuando hubieran cumplido su función, simplemente serían recambiados por la aristocracia de los Álvarez de Toledo y los Espinosa de los Monteros. Tan cerca de la cima se vieron que la vanidad les hizo olvidar que no eran más que una herramienta, una figura útil para servir de ejemplo, victimizar o extremar las posiciones