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XXX ANIVERSARIO DEL FUSILAMIENTO DE CEAUSESCU

RUMANÍA: «30 AÑOS DESPUÉS SEGUIMOS EN LAS BARRICADAS»

Participantes en las protestas de diciembre 1989 en Rumanía cuentan cómo vivieron los días que culminaron con la caída de Nicolae Ceausescu.


Vi huellas de balas en los escaparates, manchas rojas en el asfalto y soldados jóvenes, con una mirada extraña. Olía a gas lacrimógeno. Durante la noche anterior habían disparado y murieron seis personas. Me costaba creer lo que estaba viendo. Caminaba entre los Kalashnikov y me decía: si ahora reciben orden de disparar, cargan la bayoneta contra nosotros. Y todo se ha acabado».

Hans Hedrich solo tenía 18 años en la madrugada del 21 de diciembre 1989 y había llegado a la ciudad de Târgu Mures para alistarse en el Ejercito en cumplimiento del servicio militar obligatorio. «Justo el día 22 iba a comenzarlo. En mi ciudad natal, en Sighisoara, ya se sentía la tensión. A través de la radio Europa Libre la gente se enteró de las muertes de Timisoara. Fui a la iglesia y coloqué un cartel entre las lamparillas: ‘Por los muertos de Timisoara’. Luego salí. Regresé a los veinte minutos y lo habían quitado».

Cuando llegó al centro de reclutamiento de Târgu Mures, ya declarado el estado de emergencia, le mandaron a su casa. Pero regresó con su padre a la plaza de Târgu Mures, ciudad donde viven rumanos, húngaros y alemanes y donde trabajadores de las fábricas ya se encontraban en las plazas.

«Lo que más me impresionó fue un cartel que decía: ‘Rumanos, húngaros y alemanes, juntos vamos a vencer’. No olvidaré eso. Se gritaba ‘¡Abajo Ceausescu!, ¡Libertad!, ¡No tengáis miedo!’ y peticiones muy concretas como que hubiera calefacción. Yo gritaba ‘sin violencia’ delante de aquel cordón de soldados. La Revolución ha marcado mi vida», remarca Hedrich.

Las protestas se habían iniciado en Timisoara el 16 diciembre y fueron seguidas por una violenta represión por parte del Ejercito. En las calles de esa ciudad fallecieron decenas de personas. El 20 de diciembre, Timisoara había sido declarada ciudad libre. Las manifestaciones continuaron en Bucarest y otras ciudades, y más de 1.100 personas perdieron la vida y alrededor de 3.500 resultaron heridas.

Después de que grupos de manifestantes ocuparan la televisión, la revolución fue transmitida en directo desde Bucarest. Se emitió información para coordinar los movimientos de las unidades militares y los grupos de manifestantes a través de la pantalla. «En Târgu Mures, cuando la televisión informó de que Ceausescu había huido, empezaron a escucharse disparos repetidos por toda la ciudad. La gente se arrastraba por el suelo, pero cuando llegué a la plaza comprendí que eran ráfagas al aire, de celebración». En Sighisoara o Târgu Mures no se disparó después del día 22, a diferencia de lo sucedido en las calles de Bucarest o Sibiu, donde la represión se cobró decenas de víctimas los días siguientes», manifiesta.

«Los hemos mandado a casa»

Después de 30 años, Hedrich opina que simultáneamente a las protestas reales de la ciudadanía, hubo un movimiento de la segunda fila del Partido que buscaba un recambio: «Un golpe desde el interior, como ha ocurrido en otros países. En mi ciudad existe la leyenda urbana de que el mismo jefe de la Securitate (los servicios secretos de la Policía) iba en su coche con las filas de manifestantes. Se solaparon las intenciones, los intereses de las personas comunes y del establishment. Apareció el Frente de Salvación Nacional y fui al Ayuntamiento para preguntar qué había pasado con la antigua alcaldesa y los concejales. Corrían rumores de que los revolucionarios los habían secuestrado. Nos plantamos tres colegas y yo en el Ayuntamiento y el vigilante, a pesar de todo aquel caos, al más puro estilo burocrático de entonces, nos pidió registrar una solicitud. Y así lo hicimos: el abajo firmante pregunta qué pasó con la alcaldesa (risas). La respuesta oficial fue: ‘Los hemos mandado a casa’. Creo que es sintomático sobre aquellos días de 1989. Fue entonces cuando empezó también mi vida de activista. Ahora sigo igual, enviando reclamaciones a las autoridades».

El 25 de diciembre, Hedrich se encontraba en la misma sede de Securitate, después de haber sido detenido: «Vi a un amigo de mi primo y me di cuenta de que era un informador. Nunca lo hubiera pensado. Estaba mirando la televisión con otros policías y justo entonces emitieron la noticia de que habían capturado a Ceausescu. Entonces, el jefe de la Securitate, una montaña de unos 120 kilos me preguntó: ‘¿Tu nombre? Ah, eres el hijo del profesor de alemán’. Conocía a mi padre, porque había necesitado un pasaporte. En la televisión se gritaba ‘la revolución ha triunfado’. Entonces, el tío me abrazó y se rió: ‘¡Ves qué bien! Si nosotros (se refería a Securitate) no nos hubiéramos pasado al lado del pueblo, nunca nos hubiéramos librado de este canalla (se refería a Ceausescu)’. De alguna manera me puso en bandeja la clave de la revolución, creo que estas anécdotas concentran lo que pasó entonces, en aquellas reuniones entre las autoridades y el nuevo poder».

Las barricadas en el Intercontinental

En Bucarest, Dan Trifu salía el 21 de diciembre del trabajo y se dirigía hacia el hotel Intercontinental, en el centro de Bucarest, donde se estaban juntando manifestantes. «Todo llegó al límite cuando un vehículo del Ejercito aplastó a varios jóvenes. En aquel momento comenzamos a levantar una barricada, teníamos que poner un obstáculo contra aquellas maquinarias de la muerte».

Recuerda que a medida que avanzaba la noche, los disparos se iban dirigiendo cada vez más directamente contra los manifestantes. «La mayoría éramos jóvenes. Había mujeres, adolescentes de 16 años que se subían a los coches del Ejercito, unos actos de una valentía que nunca hubiera imaginado. Mi hermano trasladaba a los heridos al hospital y el Ejercito disparaba a los que cargaban a los heridos. Los tanques avanzaban por el bulevar y, para que veas la locura del momento, había una tienda de bebidas. Rompimos el escaparate y tirábamos hacia el tanque las botellas de champán», rememora Dan. «Está claro que algunas intervenciones estaban organizadas, porque había personas que nos pedían ir a negociar con el Comité Central, pero los que estuvimos en las barricadas, vivimos nuestra revolución, creíamos que hacíamos de verdad una revolución».

Al día siguiente, el 22 de diciembre, las calles de Bucarest se llenaron de manifestantes. «Hubo una solidaridad como me gustaría ver siempre. En cualquier lugar que te parases alguien venía y te metía en su coche, delante de cualquier restaurante, alguien te ofrecía bocadillos, fueron unos momentos extraordinarios», señala.

Aquella misma noche del día 22, cuando los disparos se intensificaron alrededor de la televisión rumana, Dan estuvo allí.

«Soldados de la Securitate estaban listos para disparar en el edificio de la televisión bajo el argumento de que grupos de terroristas venían a atacar la televisión. En realidad, se había pedido la ayuda de otras tropas, no venían a atacar. Pero los militares disparaban de forma continua. Nos escondimos debajo de los tanques. Uno de nosotros encendió un cigarrillo, le dispararon en la boca y falleció en el acto. El médico de la televisión se acercó más tarde a nosotros a preguntar si estábamos bien. Recuerdo que retiraron a un chico que había muerto en estas ráfagas, y, al día siguiente, decían que era un terrorista. No era verdad, era un manifestante que había muerto por los disparos», denuncia.

Decenas de personas fallecieron tras la huida de Ceausescu y su esposa en el al cruce de fuego entre unidades militares que disparaban contra los civiles. A las pocas horas de la huida de Ceausescu apareció el Frente de Salvación Nacional dirigido por Ion Iliescu, quien posteriormente fue presidente del país. «Los supuestos ‘terroristas’ que disparaban no fueron identificados nunca», subraya.

«La generación de la desesperación»

En el mes de noviembre, el Tribunal de Bucarest llamó a juicio el antiguo presidente de Rumanía Ion Iliescu, al mando del Frente de Salvación Nacional en aquellos días y a quien se acusó de crímenes contra la humanidad en diciembre de 1989 por la desinformación y las órdenes contradictorias dadas a las unidades militares. Iliescu negó las acusaciones. Tras 30 años, los familiares de los fallecidos en aquel diciembre de 1989 siguen esperando justicia, mientras muchas pruebas han sido destruidas .

Hedrich emigró a Alemania en 1990, estudió politología, pero en 2005 regresó a Rumanía: «En aquel momento, en 1989, se me abrió una nueva realidad. Mis padres querían olvidarlo todo y empezar otra vida en Alemania. Yo quería regresar. Todo el paso del socialismo al capitalismo ha sido un experimento único hablando desde el punto de vista histórico, sin precedentes. Ni se preveía eso, no sabíamos lo que era el nuevo sistema capitalista. Los oportunistas del poder de entonces han consolidado el actual sistema en Rumanía. Pero la revolución no se hizo para llegar a esta desigualdad social o a la falta de justicia», se lamenta. «Han pasado 30 años y nosotros seguimos en las barricadas», añade Dan Trifu, hoy día activista contra la deforestación masiva en Rumanía.

Para el escritor Vasile Ernu, estos 30 años no han cumplido las esperanzas de muchos de los manifestantes de 1989: «Hace tres décadas despegamos como la generación de la esperanza. Hemos aterrizado ahora como la generación de la desesperación. Hace 30 años la actitud hacia el poder era crítica, contestataria, ahora es de impotencia».