Anjel Ordoñez
Periodista
JOPUNTUA

Mitos reales

En los hogares de medio mundo, hoy es un día especial para los más pequeños. Para algunos, porque recibirán los regalos que cuidadosamente habían elegido de entre la superabundancia que les ofrece la desatada cultura del consumo. Para otros, porque se les abrirán las puertas de la realidad de esa vida que les espera, al comprobar que una cosa es desear algo con la mayor de las intensidades, y otra bien distinta es conseguirlo. Las dos caras de una misma moneda reunidas en un día mágico, o, mejor dicho, mitológico.

A pesar de que los evangelios apenas lo mencionan, a lo largo de los siglos el de la Epifanía se ha convertido en uno de los mitos más populares de tradición cristiana. Sin embargo, los magos de oriente, en realidad los primeros peregrinos de la cristiandad, no son, desde luego, personajes históricos. Pero es que ni siquiera son originales. Estas tres figuras exóticas, atractivas y misteriosas se pueden encontrar mucho antes de Jesucristo, en el mito del nacimiento del dios egipcio Horus, hijo de Isis y Osiris. En el templo de Horus, en la ciudad de Edfu, se conserva una escena relacionada con el nacimiento del dios halcón, en la que cuatro figuras hieráticas portan diferentes regalos. Cada uno de ellos era el delegado de una de las cuatro regiones más alejadas de Egipto y traían oro, incienso, mirra y un libro sagrado. Este templo es una reconstrucción del año 280 antes de Cristo sobre los cimientos de un primitivo santuario, cuya edad se desconoce, pero que entierra su origen en la noche de los tiempos. Lo que no se conoce tanto, quizá porque no cuadra con el carácter comercial en que ha derivado el mito de los reyes magos, es que estos murieron torturados salvajemente por predicar el Evangelio en la India.

Por hoy puede valer. Otro día hablaremos de cómo el dios Horus caminó sobre las aguas, de cuando el dios griego Dionisos convirtió el agua en vino, también de que Buda alimentó a 500 personas con una cesta de bollos, o de que el dios hindú Krishna fue crucificado y atravesado por una flecha colgado de la cruz. Todo ello, mucho antes de que el niño Jesús abriera los ojos al mundo.