FEB. 12 2020 MANDELA QUEDÓ LIBRE Y APOSTÓ POR LA RECONCILIACIÓN PARA LA NUEVA NACIÓN Hace treinta años, la liberación de Mandela desató un tsunami de emociones que marcó el futuro de Sudáfrica. La imagen tuvo tal significado político y simbólico, que superó grietas raciales del pasado y puso las bases para construir la nueva nación del arco iris. Mikel ZUBIMENDI La calurosa tarde del 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela salía de la prisión Victor Verster de Ciudad del Cabo, tras 27 años de cautiverio, en lo que fue un acontecimiento clave en el final del brutal sistema del apartheid sudafricano de opresión racial. Agarrado de la mano con su entonces esposa Winnie Mandela, ambos con un puño alzado, aquella fue una imagen de alegría, esperanza y de sueños de una nueva nación. Un evento que miles de personas esperaban a las puertas de la prisión, que una audiencia global de millones de telespectadores vieron ante sus televisores. El hombre que tanto había marcado sus vidas, era ya por fin un hombre libre. Aunque el nacimiento de la nueva nación supuso en fin del matrimonio de los Mandela y la apertura de dos caminos o idiomas políticos diferentes que han cohabitado con tensiones que aún perviven, para la multitud que gritaba «¡Amandla! ¡Larga vida al espíritu de Nelson Mandela!», aquel fue un momento irrepetible, un espacio de emociones y de optimismo sin precedentes que superó los viejos agravios raciales. La reconciliación como eje «Camaradas y compatriotas –dijo Mandela en sus primeras palabras en libertad–, os saludo en nombre de la paz, la democracia y la libertad de todos». Se reafirmó en la misma causa que le llevó a la cárcel a perpetuidad, en la campaña de guerrilla del ANC, y llamó a aumentar la presión popular para terminar con la dominación de la minoría blanca. «Me presentó ante ustedes no como un profeta sino como un humilde servidor del pueblo» dijo el líder con el pelo ya encanecido. «Hemos esperado demasiado tiempo para nuestra libertad», e hizo un llamamiento a la unidad y a la reconciliación. El perdón fue una táctica crucial para él. Convenció a negros y blancos de que debían confiar los unos con los otros para ir hacia un futuro compartido. Cierto es que hoy en ciertos sectores se critica esa apuesta por el perdón como una maniobra para buscar el visto bueno de los blancos, o porque era una persona naif. Pero Mandela hizo un cálculo político muy meditado, convencido de que la misericordia era en si misma una fuerza importante que empujaría al país hacia adelante. Y luego, para hacer de esta idea algo práctico, estableció la Comisión de la Verdad y la Reconciliación poniendo al frente de la misma al arzobispo Desmond Tutu. En ese camino, poco después, tuvo que enterrar a su camarada y protegido, Chris Hani, que murió tiroteado. Calmó a la nación y evitó la guerra civil. Dos años después, en el Mundial de Rugby, se vistió la camiseta de los Springboks –el rugby era percibido como un deporte afrikáner y los negros querían verlos perder– y saltó al campo para dar su mano al capitán Francoise Pienaar, un acto de amistad que dio la vuelta al mundo, labrándose la imagen de un hombre con una extraordinaria bondad y gracia. Pero lo cierto es que Mandela fue más controvertido en Sudáfrica que en el resto del mundo. Sus orígenes nobles como hijo de un jefe tribal, su relativo pragmatismo y su compromiso con la democracia constitucional causaron fricciones dentro del Congreso Nacional Africano (ANC, de sus siglas en inglés). Para él, Sudáfrica pertenecía a todos. Cuando practicaban la resistencia armada limitó el nivel de violencia, en la cárcel apostaba por presionar al Gobierno del apartheid para que negociara, y hubo quien se enfadó con él al considerar esas negociaciones como una trampa y acusarlo de «vender» la causa de la lucha de liberación a los intereses blancos y del capital. Al final de su mandato presidencial en 1999, la transición sudafricana ya mostraba algunas grietas. El ANC tenía una seria crisis y la epidemia del SIDA se expandía por el país. En los últimos años, con el paro subiendo, con altos niveles de criminalidad y una corrupción rampante, se ha criticado haber permitido a la minoría blanca mantener la riqueza y el poder económico que amasaron con el apartheid. El debate sobre la reforma agraria y la justicia económica son constantes y el legado de Mandela se ha resentido en su tierra. Astuto autor de su propia imagen Los políticos no disfrutan a menudo de una posición de ejemplo ético o de titanes morales. Pero Nelson Mandela lo hizo. Era un político consumado. Sus actos nunca fueron espontáneos. Siempre fueron bien planificados, calculados con mimo. Entendió el poder del simbolismo y sabía que el país necesitaba el apoyo internacional si quería construir una economía inclusiva, que funcionara para los trabajadores negros y los blancos. Generoso y respetable, decente e íntegro, cortes y amable, supo apuntalar su autoridad política y moral. La suya fue una política de lo sublime que trascendió las estructuras, restricciones y lo ordinario del presente. Su personalidad era poderosa y elusiva, era difícil conocerle pero fácil quererle. Fue un tacticista excelso. Calibraba su enfoque para amoldarse a las situaciones cambiantes. En los años 50, cuando las protestas no violentas se encontraron con las pistolas del Apartheid, Mandela cogió las armas y aceptó esa lucha como una necesidad. Al salir de prisión era tiempo para pactar, se quitó la mochila de militante armado y se convirtió en un negociador. Cuando terminó la fase de negociación y comprendió que la unidad era necesaria, Mandela se erigió en el portavoz de la paz y la reconciliación. Siempre se negó a tener las manos atadas por los dogmas e hizo lo que creyó que era mejor para su pueblo. Su decisión de privilegiar la reconciliación nunca fue una venta de ningún principio ni compañero. Fue una parada en boxes en el largo camino de la libertad y la justicia. Los errores no se le pueden atribuir solo a él. Tampoco es justo demandar al líder actual, Cyril Ramaphosa, la solución mágica de todos los problemas que arrastra el país. Nelson Mandela pasó el testigo y es responsabilidad de toda la ciudadanía sudafricana terminar la carrera.