La enfermedad infantil del cayetanismo
Tiene todo el sentido del mundo que haya sido en Euskadi donde la dirección estatal del PP de Pablo Casado haya revelado con más nitidez su verdadero proyecto nacional. Al final, en contra de lo que suele defender ese partido, los choques territoriales no son caprichos de gentes testarudas e ideologizadas, sino fruto de verdaderos agravios que cometen quienes les gobiernan sin querer entenderles.
Desde que Casado llegase a la presidencia del PP es él mismo y Teodoro García Egea quienes gobiernan el partido con mano de hierro, pero es Cayetana Álvarez de Toledo, marquesa de Casa Fuerte, quien marca la línea ideológica. El cayetanismo es un proyecto político que pretende abarcar a toda la derecha. La «reintegración» es el primer pilar en el que se fundamenta, es decir, volver a acoger bajo unas siglas a las descarriadas ovejas de C’s y Vox.
La unidad de la derecha es una cuestión romántica, sí, un objetivo dibujado por Fraga y obtenido por Aznar. Pero también es utilitarista. Casado sabe que solo yendo unida en las dos castillas la derecha será capaz de aprovechar un sistema electoral pensado para beneficiar a dos grandes partidos nacionales. Por eso el segundo mandamiento del cayetanismo, derivado del anterior, es la homogeneidad territorial. La dirección del PP cree a pies juntillas que España es lo que parece desde el barrio de Salamanca y que puede gobernarse desde allí.
En 1920 Lenin publicó su ensayo "La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo", en el que alertaba a los comunistas europeos de su radicalización estéril para seducir a las masas. El revolucionario ruso defendía una visión pragmática y adecuada a las diferentes realidades de cada sociedad y en contra de una lectura literal de la doctrina marxista. Algo que un siglo después la dirección del PP parece no haber entendido. El cayetanismo aparece como la enfermedad infantil de una derecha española que se ha creído su propia propaganda sobre cómo es España.