Raimundo Fitero
DE REOJO

Vetusta

Estamos en el punto de encuentro entre la dificultad de entender la vida y la obscenidad de comprender la muerte. Aviso para incontrolados: nadie va a morir si no está vivo. Pero que las estadísticas de los efectos del coronavirus se instalen en los ancianos, con cifras sobre los mayores de ochenta o noventa años, parece ser el ejercicio vengativo de un administrativo de las agencias de viajes o de una sucursal de seguros de vida. ¿Qué y quién provoca la muerte? ¿Los antecedentes de insuficiencias respiratorias y otros expedientes médicos o el empuje de este virus que acaba provocando tos y problemas respiratorios? Parece que le cargan el mochuelo al virus, pero la carga de la prueba viene estando en las condiciones médicas previas, así que pongamos las cosas en su orden, por si estemos ante una gran estafa estadística.

Los demógrafos pueden estar con muchas ganas secretas de aprovechar esta vetusta oportunidad para equilibrar sus proyecciones y darle la vuelta a la pirámide que nos colapsa las cuentas de la Seguridad Social. Los antropólogos sociales buscan en cada parte médico una manera de entender el auge del valor de la juventud como un tesoro divino que se vende al mejor postor en los mercadillos de la moda y el trabajo precario. Y los politólogos anteponen sus cuadernillos del clasicismo teórico para justificar que la gerontocracia siga siendo una manera universal de ejercer la gobernanza en los países más poderosos del Planeta. Sin ir más lejos, los posibles candidatos a ser el próximo comandante en jefe del mayor ejército imperialista, el de EE UU, pasan todos sobradamente de los setenta años. Así sucedía en los regímenes comunistas más recientes y reconforta comprobar que las tribus amazónicas y africanas acuden a los consejos de sabios viejos cuando se escucha el rugir de los motores de las vetustas excavadoras.