Carlos GIL
TEATRO

Del movimiento en la inmovilidad trascendental

Cuerpos liberados; cuerpos libres; cuerpos ritualizados y estigmatizados que parecen responder a unos resortes telúricos que les procuran el alma para sus relaciones. Una voz enfática, casi autoritaria que percute en todo el ámbito y que proviene de una suerte de gran visionaria que dicta, alecciona, contrae y expande decisiones que atraviesan cuerpos, que afinan, provocan acciones que se suman a otras que acumulan sensaciones y vibraciones, que ocupan el espacio que define y acota y que se desentiende de su significado primero para volverse significante e ir incorporando movimientos, estructuras coreográficas que acaban formando un cuerpo multiforme que acoge a los otros cuerpos y que van inmovilizando un movimiento perpetuo que se metaboliza no solamente en los desplazamientos, en las diagonales, sino también en los recursos que el texto acarrea, aporta y destruye como si se tratara de una voz superior, un mandato que llega de otro lugar para que se convierta en una motivación, hasta derivar en una reflexión que se torna por su meticulosidad en un discurso que procura desmontar la dependencia, la charlatanería, la entrega de nuestras vidas a unas consignas que no siempre se digieren de una manera orgánica. Un trabajo muy elaborado, muy bien aprovechado en todas sus dimensiones por la puesta en escena, con imágenes que se alinean perfectamente con el espacio escénico que amuralla pero que deja descifrar un enigma que acaba resolviéndose en la escena final cuando los cuerpos se evaden por un hueco abierto en el propio muro.

Unas interpretaciones tanto en la parte corporal, dancística, como en la actoral que sirven a la idea general estética de manera cohesionada y que logran una obra redonda, cuidada en todos sus tramos pero especialmente en sus detalles de vestuario e iluminación, por lo que dentro de su aparente material sencillez muestra su gran ambición artística, que supera todas las contingencias.