Antonio Álvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

El virus del dictador

No No es la hora del heroísmo; es la hora de la sensatez. Y esto no lo ha entendido usted, Sr. Sánchez. En un momento en que España tirita acurrucada en el miedo, usted, señor presidente, ha hecho unas declaraciones políticamente condenables, moralmente inadmisibles. Unas declaraciones en las que declara un poder omnímodo mediante una retórica que sólo puede engañar a ciudadanos acostumbrados a una historia de pasmos sumisos.

¿Qué tiene que ver una coordinación de esfuerzos con esa frase que encierra un virus de «mando» que destruye el buen funcionamiento de la soberanía que hoy debiera manejarse con guante de seda: «Todos los presidentes deberán dejar de lado sus diferencias y situarse tras el gobierno de España»? ¿Acaso esos conminados presidentes, evidentemente el vasco y el catalán en primer lugar, no pueden pensar y actuar en cercanía a sus pueblos, que conocen posiblemente mejor que usted? ¿Cómo puede decirse, con el tono empleado, esto que sigue: «No hay territorios, no hay ideologías. Nuestros ciudadanos son lo primero»? ¿Acaso hay que descubrir ante un virus que nuestros ciudadanos son lo primero? ¿No lo eran hasta ahora? ¿Y a qué viene eso de «aprendamos de nuestra Constitución»?

Lo que necesitamos en este momento es una buena acción sanitaria, una coordinación médica eficiente… una serena administración de medios. Porque lo grave, Sr. Presidente, es que ahora se está descubriendo una increíble situación de contubernio entre la sanidad pública, la sanidad privada y una tercera sanidad mixta, invadidas además por una red de producción farmaceútica de la que yo podría hablarle perfectamente por razones que no vienen al caso. Todo eso debiera funcionar ahora como una herramienta afinada y bien dispuesta.

Y no es así. Mire usted, Sr. Sánchez, estoy hasta el gorro de un país en el que sólo escucho claramente el «¡Santiago y cierra, España!», la historia de Guzmán el Bueno, el hundimiento de barcos para salvar la honra, las reuniones del alto clero para destruir cualquier progreso, como ocurrió en 1936… Estoy hasta la coronilla de «Esta España mía, esta España nuestra», como cantó doloridamente la inolvidable Cecilia.

Estoy hasta el último rincón de mi anatomía de leer testimonios como el que sigue, que he extraído de un correo electrónico: «Me llamo Alberto Iglesias Jiménez. Y soy conductor de ambulancias. Soy el conductor de un de las dos ambulancias en la puerta de su casa –la del Sr. Iglesias–, dos UVI móvil perfectamente equipadas que pretenden atender a su pareja en caso necesario…En los dos vehículos se dispone de respiradores... Esos mismos respiradores que faltan en hospitales españoles. Pues bien, Sr. Iglesias, usted y sus exigencias impiden que mis compañeros y yo hayamos podido atender a más de siete personas con insuficiencia respiratoria…». Dejo ahí el relato que reproduzco a petición del autor y sin ánimo de escándalo interesado; es más, sin añadir datos que los lectores pueden leer en la pantalla donde el conductor de ambulancias citado deja su preocupante testimonio.

Sr. Presidente: soy un anciano que pasa los noventa años; es decir que cuando usted nació ya andaba yo pugnando como podía en la miserable España de Franco. Ahora, próximo a mi fin, insisto en la batalla por un Estado limpio y democrático que pretendí siempre desde los elevados puestos del periodismo que la fortuna me atribuyó. A ese periodismo y a ese país me debo, sin la presunción con que usted vende su poder político al decir que «debemos ser el gran país que somos, con el gobierno de España liderando el conjunto de las administraciones”. Y para terminar y tocando heroicamente a difuntos, añade Su Señoría: «El virus no distingue ni de ideologías ni de ideas políticas». Pues ¡Viva España! Yo me pregunto una vez más acerca de nuestra singularidad en la Unión Europea.

Quizá sea cierto que «el virus no distingue ni ideologías ni de ideas políticas». Estamos, pues, ante un virus sumamente peligroso; un virus autoritario y retórico. Un virus que tiene una raíz viciosa. Un virus que promueve una acción de gobierno ribeteada de brillo marcial y con trompeteo de asalto ¡Que Dios nos ampare, una vez más!

Unicamente cabe cerrar estas heroicidades con dos versos que los ciudadanos de mi edad tenemos grabados imborrablemente: «Si te dicen que caí me fui/ al puesto que tengo allí». Y escribo esto con todos los respetos porque al menos «aquellos» murieron por lo que creían una nueva España.

No quiero dar fin a este papel sin solicitar al jefe del gobierno claridad sobre estas cinco palabras que me repito para grabarlas indeclinablemente en mi memoria a fin de mantener mi dignidad, tan modesta como firme: «No hay ideologías, no hay territorios». Sí, hay ideologías aunque quiera forzarme usted a una agostadora unidad, Sr. Presidente. Yo no participo de su ideología. Sí hay territorios, Sr. Presidente, porque yo bajo al llano cada día para orar humanamente con mis iguales, mientras tanto usted quiere fulminarnos desde la cumbre apoyando su pie en una triste enfermedad universal. Firme ya en su pedazo de suelo anuncia usted algo que pone al descubierto lo que no quiero glosar ampliamente para no acrecentar la anarquía moral en que usted quiere encarcelarnos: la suspensión de los comicios hasta que pase la crisis sanitaria ¿Hay algo más que prudencia sanitaria? Conste que «in vitro» esa decisión es correcta, pero yo vivo como cristiano en plena cuaresma, un periodo de purificación, reflexión y conversión espiritual. Y temo, Sr. Sánchez.