MAR. 29 2020 La sociedad ya está sacando adelante la «agenda vasca» EDITORIALA La decisión del Gobierno español de paralizar por fin la actividad laboral no esencial, frenando así la curva de contagio del coronavirus y aliviando el colapso de los servicios sanitarios, es la decisión correcta. Eso sí, debía haberse tomado antes. En el caso de algunos responsables institucionales vascos, es una decisión que no debía de haberse entorpecido neciamente. Por sensata y por inevitable. En el corto plazo, cerrar lo que se deba parar ahora va a ayudar a salvar vidas. Por eso lo han demandado esta misma semana cientos de profesionales de la sanidad pública vasca, porque era una medida eficiente. No hay por qué pedirles que sean héroes o heroínas, es mejor escucharles y atender sus demandas, justificadas y razonables. En el medio plazo, este decrecimiento parcial y temporal va a facilitar recuperar el pulso económico antes que si no se frenase la pandemia. No solo es sostenible, sino que es inteligente. Es económico. Lo que no es inteligente es la obcecación del Gobierno de Iñigo Urkullu y de Confebask en evitar estas medidas. No es lógica en términos tácticos, porque era evidente que se iba a tener que asumir, y era mejor tomar la iniciativa y no quedar como un retrógrado impotente. Además, gran parte del tejido industrial vasco ya lo había decidido e implementado. Las empresas y la sociedad vasca, por delante Hay que recordar que los hosteleros de Gasteiz cerraron sus locales antes de que lo decretase ningún gobierno, siguiendo el sentido común, escuchando las recomendaciones de la OMS o el ejemplo de China, atendiendo a lo que veían sus ojos y escuchaban sus oídos sobre lo que luego Lakua denominaría el «clúster Txagorritxu». Hoy llevamos a portada una foto de la factoría de CAF en Beasain, del 17 de marzo, hace hoy doce días, en la que las naves aparecen cerradas a cal y canto. El otro buque insignia vasco en el sector de la movilidad, Irizar, hacía otro tanto el mismo día. Mientras Lakua y algunos empresarios decían que no se podía hacer, que no era viable, en muchas empresas ya se estaba haciendo. En todo Euskal Herria, en estas y en otros ciento de empresas y negocios, cada cual buscaba su fórmula para limitar su actividad y reducir así las opciones de contagio. Dependiendo de la situación financiera, del modelo organizativo y empresarial, de los equilibrios de poder o de la representación de los trabajadores, cada una llegaba a acuerdos mejores o peores, pero con ese objetivo común. En otras empresas, como Mercedes-Benz en Gasteiz, eran los trabajadores los que lograban paralizar una producción que ponía en riesgo sus vidas. El tiempo confirmaría que la plantilla estaba en lo cierto: 14 contagios y 300 trabajadores en cuarentena. Ni una empresa ni un gobierno pueden desentenderse de esto. Los consorcios patronales vascos hablan ante todo en nombre de la red clientelar de esta administración, no en nombre del tejido empresarial del país. Son de parte, y en gran medida, de partido. A lo largo de los tiempos, los cargos y los apellidos se permutan. Representan intereses, pero no los de la economía vasca, sino los de un entramado parasitario y rentista. Ese circuito es negativo para el tejido productivo vasco. No responde ni a sus necesidades ni a sus valores. Evidentemente, el liderazgo social no se ha dado solo en las empresas y comercios. Para cuando Pedro Sánchez decretó el confinamiento, miles de familias vascas ya estaban encerradas en sus casas voluntariamente, adaptando su organización familiar y laboral a la demanda de solidaridad y entendiendo que separar a niños y niñas de las personas mayores era vital para la supervivencia de estas últimas. En todos los territorios vascos las familias, las empresas y la sociedad civil han reaccionado antes. La sociedad vasca es madura, critica, formada, solidaria, y en muchos ámbitos va por delante de sus estructuras tradicionales. Los decretos facilitan las decisiones que ya ha tomado la mayoría de esta sociedad, pero van por detrás. Como van por detrás los gobernantes, eso sí, algunos más que otros. En este contexto, Urkullu está superado y su partido no carbura. Está retransmitiendo su nula influencia, no asumen ninguna responsabilidad, están desbordados y enfadados. Claro que hay que apuntar la cadena de errores que ha cometido el PNV, pero sin obcecarse en el reproche. Toca mirar hacia adelante y por elevación. No es tiempo de pequeñeces. Es tiempo de pensamiento estratégico, interlocución y liderazgo compartido. Tras está crisis va a haber que reconstruir y reinventar el país. La sociedad vasca se está preparando para esa labor.