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JOPUNTUA

Desafiantes espejos


Pertenezco a esa legión de chicas que se quedan embobadas admirando a Cate Blanchett, ¡qué diosa esculpió sus rasgos! Y en esta tensa quietud, disfruto morbosamente de verla encarnar en la serie “Mrs. America” a nuestra antagonista Phyllis Schlafly, la líder antifeminista que logró tumbar la enmienda por la igualdad entre mujeres y hombres en los USA en los años 70. Ellas decían: mujer, porque eres mujer si tienes útero, ten un marido que consiga la pasta, sé heterosexual por tanto, desees lo que desees, engendra criaturas para la nación, nunca abortes, prioriza el cuidado de tu familia, no salgas de tu familia. Eso sí, lo hacían, y lo siguen haciendo, lo de predicar por ese clasista estatus de feminidad conservadora, con el imprescindible y precarizado apoyo de sus criadas. Ya lo dijo la desbocada Sarah Pallin en plena campaña ultraconservadora: necesito una esposa. Pienso al ver “Mrs. America” que solo a nosotras, tanto feministas como antifeministas, nos importa tanto políticamente el reconocimiento del cuidado de la vida. Me da yuyu ese nosotras, pero es en los espejos desafiantes en los que mola mirarse.

Eso sí, celebro que Phyllis Schalfly llegara a ver consumada en su país, y en medio mundo, la mayor aberración ante sus ojos: el matrimonio gay. Murió en 2016, un año después de que fuera legalizado en los USA. Y regreso dichosa a aquel trayecto de bus urbano en Barcelona, un mediodía en que María y yo nos besábamos apasionadamente, apretujadas en el asiento de delante. Subió un viejo y vociferó: tenía que venir otro general y volver a encerrar a todos estos maricones. Todo el pasaje y el conductor se pusieron de nuestra parte, claro. Cuando bajábamos, María le dijo al carcamal: qué bien que hayas vivido tantos años para ver esto.

Mi amado Rodrigo Van Zeller me dice por teléfono: para nosotras (los maricones), ésta es nuestra segunda pandemia. Cuando nos estábamos muriendo en los ochenta y en los noventa, no le importó al mundo. Apestados, y eso que el SIDA no se contagia con el roce. Desafiantes espejos.