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KOLABORAZIOA

«In the year 2525»


Cada vez estoy más convencido de que el Covid-19 ha venido para salvarnos. Excepción hecha de que, el muy cabrón, como la facundia neoliberal, discrimina a los débiles para joderles bien jodidos. Llegó para protegernos de la estupidez humana, del desprecio a lo diferente, de la arrogancia de los países «más desarrollados», de la desidia y el conformismo. Irrumpió para advertirnos de nuestro camino autodestructivo e irracional. Como en la canción “In the year 2525”, me pregunto «si el hombre y la mujer seguirán vivos, porque agotó todo lo que esta vieja Tierra nos dio sin devolver nada a cambio».

Este coronavirus, cuyo genoma está formado por una cadena de ARN con polaridad positiva, en el límite de lo que se considera un organismo vivo, ha cerrado fábricas, ha dejado las autopistas vacías, las calles desérticas, nos ha enclaustrado en casa haciéndonos zozobrar el ánimo, porque ya no nos vale aquello de que «esto o lo otro no me va a pasar a mí»; cargándose las respuestas que la antropogénesis humana ha construido para salvaguardarse de lo malo. Pero no creo que la covid-19 porte un factor oscuro de la personalidad o factor D, esa tendencia humana a poner los intereses personales por encima de los de la comunidad. Por eso, este periodo de confinamiento en parte del mundo, ha supuesto una disminución en las emisiones de CO2 de, al menos, un 25%, debido a la reducción en el consumo de combustibles fósiles, citando un ejemplo. El cambio en los patrones de comportamiento cotidiano de las personas, empresas y Estados, obligados en la evitación del virus, ha derivado en unos efectos en el medio ambiente sorprendentemente beneficiosos.

Está claro que el bichito nos da una llamada de atención para que asimilemos una enseñanza: existe un vínculo muy estrecho entre la propagación de las pandemias y el tamaño de la pérdida de la naturaleza. Para proteger la salud humana hay que preservar la biodiversidad. La destrucción de los ecosistemas incide en la propagación de algunas enfermedades que tienen un fuerte impacto no solo en la salud de las personas, sino también en la economía y las relaciones sociales. Solamente manteniendo los equilibrios ecológicos podremos minimizar los efectos de estos microorganismos responsables de la pandemia.

Bajándonos ya al ruedo político, anticipo que la batalla contra el relato prorrumpido por las élites neoliberales va a cobrar una importancia cardinal. La guerra desatada por la derecha en las redes sociales es una pequeñísima muestra de los esfuerzos del capital por reconducir la situación a su terreno.

Quienes dan por fenecido al sistema neoliberal, como si la nítida palpación de las miserias del capitalismo en este periodo de cuarentena bastase para desenmascararlo, se equivocan de medio a medio. Convendría leer a Milton Friedman, el gran ideólogo de la doctrina de libre mercado. Le cito: «solo una crisis, real o percibida, da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente», por lo que es necesario «desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable».

El neoliberalismo es tanto una filosofía política como económica. Como filosofía política, sostiene que una economía de mercado con laissez-faire es la mejor manera de promover la libertad individual. Y como filosofía económica, sustenta que una economía de mercado desregulada –de laissez-faire– es la mejor forma de promover la eficiencia económica y el bienestar económico.

Estas inclinaciones económicas contribuyen a generar un alto desempleo y desigualdad de ingresos, amén de ser una amenaza directa a la libertad política.

El capitalismo del desastre avanza así hacia contextos de democracia vaciada, cuando no directamente autoritarios. A sus fugas hacia adelante, a día de hoy, no se contraponen ni fuerzas verdaderamente progresistas, ni discursos lucidos alternativos. Las ideas socialdemócratas, arquetipos también de regímenes caducos, no nos van a abrir los balcones de los aplausos al viento fresco.

De esta, nos tiene que quedar impregnado hasta los tuétanos que lo público debe prevalecer sobre lo privado, que este pequeño país necesita un tejido productivo diverso y lo menos dependiente posible, que el sector primario y los avances en soberanía alimentaria serán cardinales, que la lucha contra el cambio climático es prioritaria en la estrategia. Y un propósito: nos acostumbraremos a prescindir de lo prescindible. Si no se hace esto, favoreceremos, a nuestra escala, el colapso de la especie humana.

Si salimos relativamente bien parados de la actual crisis, pero sin aprender las lecciones, en la siguiente, igual nos topamos, entre otras calamidades, con un colapso por escasez de alimentos y por un mayor desabastecimiento de recursos sanitarios; y ni las series gratis de Netflix, ni los tutoriales de yoga y pilates, propiciarán un manso relajo en nuestras cómodas butacas del primer mundo.

Para que una «covid bis» no nos vuelva a pillar sin las mascarillas de la máxima autosuficiencia, para que no nos toque llorar un millón de lágrimas por los que nos han dejado, desde el confinamiento, como dice la canción “Twenty five twenty five”, contribuyamos a que la raza humana sobrepase, al menos, el 2525.