¿Dónde están los millonarios?
He conocido a mucha gente rica, ¿cómo no iba a hacerlo? Soy uno de ellos. La mayoría preferirían embadurnarse las pollas con líquido inflamable, encender un mechero y ponerse a bailar mientras suena “Disco Inferno” que pagar un solo céntimo más en impuestos». En julio de 2017, Stephen King, el autor de algunos de los libros más vendido de la historia –y precisamente por eso uno de los más infravalorados–, escribió un artículo inédito, herético para el capitalismo y plagado de blasfemias a los dioses de la avaricia, exigiendo que se les subieran los putos impuestos a él y al resto de millonarios de su país.
Stephen King, que fue devastadoramente pobre antes de que el éxito de “Carrie” le hiciera fenomenalmente rico, contaba en su fantástico artículo que los ricos son mucho más ricos de lo que nos imaginamos y mucho más avariciosos. Nos advirtió contra sus mentiras, nos dijo que no les creyéramos cuando dicen que gastan dinero en mecenazgo cultural y obra social porque no lo hacen y, aunque lo hicieran, ese dinero no sería suficiente para arreglar los problemas de la sanidad, la educación o las infraestructuras.
Su artículo terminaba como corresponde a un maestro de terror, recordando por qué se separó la cabeza de María Antonieta del resto de su cuerpo.
¿Por qué lo menciono? Porque en España, el décimo Estado con más millonarios del mundo, se debate intermitentemente sobre si Amancio Ortega merece la beatificación por sus donaciones o la horca por sus millones y nunca se menciona que el fundador de Zara, será lo que sea, pero no puede ser la regla por la que juzgamos a los ricos porque es un millonario atípico, que debería avergonzar con su ejemplo al resto de millonarios en lugar de representarles.
¿Dónde está el resto? ¿Qué hacen? ¿Quiénes son? Si vamos a comprar todos los «debates» de Twitter para entregarnos al odio de clase en lugar de favorecer la verdadera lucha social al menos deberíamos tuitear las preguntas adecuadas.