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JOPUNTUA

Ni nos cuidan ni nos cuidamos


Nos pasa algo. Algo que me impresiona a diario, en la calle, cuando observo grupos de personas –muchas en edades de riesgo– que ni guardan la distancia social ni llevan mascarillas. Algo que me pone en contacto con el pudor que sentí la primera vez que me cubrí la cara para salir y temí que mi resistencia fuera indicativa de un problema cultural profundo, de una superioridad racista que debería avergonzarnos mucho más que llevar la cara tapada. Según George Gao, director general en China de Control y Prevención de Enfermedades, es el gran error de Europa y, a falta de saber qué precio pagaremos por él, no dejo de pensar que si nos estamos cuidando tan mal es porque nos están cuidando fatal.

No nos negamos a las mascarillas porque sean incómodas, nos resultan incómodas porque nos negamos a llevarlas, porque nos resistimos a la rutina de cuidarnos y hemos renunciado a la férrea obligación de querernos. ¿Cómo no íbamos a hacerlo si somos súbditos acomplejados de un Estado convencido de que sus súbditos solo acatarán la cuarentena coaccionados por la represión policial en vez de convencidos por la fuerza de los argumentos y la importancia del civismo?

El maltrato deja huella en la autoestima social y la manera en la que hemos abdicado de protegernos muestra que la nuestra está seriamente dañada. Es lógico: el capitalismo lleva dos siglos exigiendo una dieta de vidas humanas que nunca satisface su estómago insaciable, las relaciones humanas están infectadas por la violencia de género, tratamos el planeta como si tuviéramos otro, destruimos especies animales a una velocidad de vértigo, despreciamos la ciencia con oscurantismo y durante los últimos años hemos normalizado que el PNV nos gobierne sociopáticamente, como si no mereciéramos nada mejor. Podemos y debemos rebelarnos ante una administración autonómica que antes usaba a Osakidetza como bastión reputacional y ahora no nos respeta lo suficiente ni para fingir convincentemente que le importa si vivimos o morimos.